Entrevistas

Paula Bombara y una novela sobre las mujeres que dejaron a escondidas sus huellas en la historia de la ciencia

(Por Hinde Pomeraniec, Infobae)

En “La desobediente” (loqueleo), la autora de “El mar y la serpiente” propone desde la ficción y a partir de una suerte de desprendimiento del “Frankenstein” de Mary Shelley, un homenaje a las primeras científicas, que buscaban por todos los medios acceder al conocimiento

Paula Bombara nació en 1972 y es una de las voces más destacadas de la literatura infantil y juvenil de los últimos años. Esa voz, su voz, llegó a grandes audiencias a través de El mar y la serpiente, un libro en el que por medio de la historia de una nena que narra en primera persona el secuestro de su papá y de su mamá, una historia cuyo origen puede rastrearse en la historia real de Paula quien en su día a día es una activa militante por la causa de los derechos humanos.

Bioquímica de profesión, Paula no abandonó la ciencia para escribir sino que buscó de alguna manera reunir sus pasiones, así es como se convirtió en directora de una colección de libros de ciencia de editorial Eudeba. Autora de libros para los más chicos y adolescentes como Lo que guarda el caracol, Flor de estrellas, Solo tres segundos o La chica pájaro (en donde trató con fuerza y ternura el tema de la violencia de género), acaba de publicarse La desobediente (loqueleo), una novela para jóvenes escrita en clave epistolar que es una suerte de spin off del Frankenstein de Mary Shelley y que desde la ficción es un homenaje a las primeras científicas mujeres, que buscaban por todos los medios acceder al conocimiento. Lo que sigue es la transcripción de una charla que tuvimos semanas atrás en el programa Vidas prestadas, de Radio Nacional.

Ilustración de la página de apertura de la edición de 1831 de “Frankenstein”, de Mary Shelley.

—Si generalizamos un poco, se podría decir que La desobediente es una novela que tiene que ver con el lugar de las mujeres en la ciencia. O mejor: con el lugar que, con los años y con muchísimo esfuerzo, las mujeres consiguieron ganarse en la ciencia ¿Cómo surge la idea de la novela?

— La idea surge de una pregunta que me hizo una editora, Silvina Díaz, sobre por qué no escribir sobre Frankenstein. Y esto tiene como un prólogo, digamos. Viste que yo estoy haciendo un doctorado en Lingüística, desde fines del 2018. Bueno, presenté un pre proyecto y fui aceptada como doctoranda en Puán. Un salto muy grande desde la bioquímica, con un lugar para hacer pie en la literatura, en la escritura poética que, bueno bajo la dirección de Carolina Tosi. Y en mi pre proyecto, uno de los clásicos que abordo es Frankenstein. ¿Por qué? Por las características del científico que encarna Victor Frankenstein. Y en una charla con Silvina, ella me preguntó: “Bueno, pero por qué no también desde la ficción…” Y yo la verdad que en ese momento le dije: “No, me parece que no, porque ya mi mirada está muy sesgada por lo académico”. Bueno, le puse algunos peros que no me convencieron para nada. Volví a mi casa pensando muy con ese “por qué no”, que me dejó como pensando. Y pasó bastante tiempo, pero yo seguía con ese por qué no, porque la verdad que cuando yo lo leí en la adolescencia Frankenstein fue una novela pero fue un personaje que a mí me provocó una indignación enorme.

— El personaje del científico.

— Sí, estamos hablando del personaje científico. Yo me puse del lado de la criatura inmediatamente. Y ese recuerdo volvió con este “por qué no”, ¿no? ¿Por qué no entablar un diálogo con Mary Shelley mientras la estoy estudiando desde la lingüística? ¿Por qué no intentar entender el motivo por el cual ella escribió? ¿Por qué no pensarla como criatura a ella, en ese mundo con tantos obstáculos que le pusieron como creadora pero también como mujer? ¿Por qué no abordar también de algún modo su maternidad, su fluidez?

“La mujer que escribió Frankenstein”, de Esther Cross, es una de las influencias en la nueva novela de Bombara.

— Es difícil decir exactamente de qué va la novela sin avanzar mucho. Pero sí uno podría decir que es algo así como spin off de Frankenstein de Mary Shelley, pero también del libro de Esther Cross sobre Mary Shelley, y lo que tiene que ver con la idea de los profanadores de tumbas. Y de los cadáveres que se conseguían para esos experimentos, entre comillas, irresponsables, en donde ahí volvemos a lo que estabas diciendo acerca de tu indignación. Porque hay algo de indignación en cuanto a la irresponsabilidad científica, ¿no?

— Bueno, primero te digo: yo soy una gran admiradora de Esther Cross. Vos me conocés, en momentos creativos yo no sé muy bien qué estoy escribiendo cuando escribo, pero ahora, a la distancia, lo que puedo poner en palabras es que me di cuenta de que quería hacer una historia lateral que estuviera pasando al mismo tiempo sin que Victor Frankenstein lo advirtiera porque está tan metido en sí mismo que no ve nada. No ve nada a su alrededor. En cambio las mujeres vemos a nuestro alrededor, creo yo. Percibimos con mucha más sensibilidad. Y el libro de Esther Cross ya lo conocía, pero cuando dije “bueno, vamos a intentarlo”, fue el primero al que fui a buscar; la primera palabra que fui a buscar. Ese libro contiene esa sensibilidad y ese mirar la ciencia desde otro lugar que con el que coincido. Es una mirada y una curiosidad que comparto. A mí siempre me interesó la historia de la medicina, también la historia de la obstetricia. Y en este caso es muy particular porque, además, estamos ante una autora que perdió a su madre a los veinte días de vida. Entonces era un elemento importante la muerte de las mujeres durante el parto. Aparecieron un montón de elementos que tenían que ver con la vida de Mary, pero que también tenían que ver con la vida de los científicos, como la falta de higiene en las mesas.

— Eso aparece en tu novela.

— En fin, aparecieron un montón de elementos juntos. Estamos hablando del 2019, cuando me metí con todo esto. Y también apareció un cruce con la novela que escribí antes, que está basada en la vida de Juana Azurduy (N. de la R., se refiere a La fuerza escondida) y que sucede más o menos al mismo tiempo que Mary Shelley está creciendo en Londres, Entonces, toda esa mezcla, todo ese pensar en estas mujeres a un lado y al otro del océano creo que confluyó en La desobediente.

Paula Bombara. (Foto: Editorial Norma)

— Ahora, hay algo que tiene que ver también con la estructura de tu novela y con la lengua, porque estamos hablando de Esther Cross y su libro La mujer que escribió Frankenstein y de Mary Shelley. La tuya también es una novela epistolar, o por lo menos es una novela en la que aparecen distintos modos de narrar y entre ellos aparece la novela epistolar igual que en Frankenstein. Es decir, hay como un cruce de formas narrativas. Y hay, también, algo de la claridad de la lengua de La desobediente que también me hace acordar un poco a la prosa de Esther Cross, en el mejor de los sentidos. Digo, esta idea de poder escribir con una lengua luminosa, clara, sin grandes amaneramientos y contando una historia muy atractiva. Contame un poco cómo trabajaste la cuestión tanto de las formas como de la escritura.

— Bueno, muchas gracias. Le puse mucha pasión a la investigación. Me di cuenta de que lo que yo quería era volver a ese diálogo imaginario que tuve con Shelley en la adolescencia y me serví de todos los elementos que pude para conversar con ella, desde la lengua hasta la estructura de la novela e incluso algunos de sus personajes menos explorados. Respecto a la estructura, fue fascinante porque bueno, primero estuve estudiando la novela Frankenstein, tanto desde lo académico como desde lo literario y traté de hacer una estructura de cajas chinas. No igual, porque había que desobedecer; es decir, con mis variantes pero que pudiera conversar perfectamente. Traté de armar una especie de tetris y que mi novela encajara en los silencios de la novela de ella.

— Por eso que decías acerca de estar mirando lo que pasaba la novela de Shelley pero sin que eso interrumpiera la acción de aquella novela. Esa cuestión lateral que mencionabas.

— Exacto, exacto. Que las escenas que aparecen en Frankenstein puedan funcionar perfectamente al lado de las escenas de La desobediente que tienen que ver con esos momentos en los que se cruzan. Después, bueno, es la historia de otra familia que vive en la misma ciudad, que circula por los mismos claustros, digamos, el trabajo de entramar la ficción nueva con la ficción clásica. Y valerme de todas las herramientas que pudiera, tratando de que la conversación fuera en los términos del lenguaje de Mary Shelley que yo consumí siendo adolescente y que siguen siendo las mismas traducciones que se leen hoy o que se dejan leer hoy de Frankenstein. Entonces, bueno, tratar de encontrar una voz que hablara en ese idioma traducido. Busqué estructuras gramaticales parecidas, una forma de adjetivación que también pudiera dialogar con el clásico. Traté de conversar con Mary Shelley.

— Y está logrado; porque además hay no solo una lengua que parece exactamente esto que señalás en relación a la traducción de un clásico, sino reflexiones filosóficas que atraviesan toda la novela, incluso con esta idea de desandar el camino de la muerte, que aparece muy sobre el final. Una reflexión que parece sobre la vida pero es, también, una reflexión sobre la muerte. Y sobre un concepto que te atravesó desde siempre, los derechos humanos. Porque finalmente son los derechos humanos de las mujeres.

— Sí. Totalmente. El reconocimiento de la mujer como ciudadana. Que también está tan presente en la vida de Mary Shelley porque, bueno, ella es hija de la mujer que escribió la vindicación de los derechos de las mujeres y las ciudadanas en 1792.

Mary Shelley y su madre, Mary Wollstoncraft, pionera del feminismo

— Mary Wollstonecraft.

— Claro, claro. Y a mí me parecía sumamente interesante también llevar eso a la reflexión de cómo hay que abrirse camino abrazando la búsqueda de ampliación de derechos y la cuestión de la red, también, la red de afectos que hace posible encontrar esa ampliación de derechos o ir ganándola.

— Sí, en esta novela aparece el tema, digamos, no se usa la palabra, pero la idea de la sororidad está muy presente.

—La palabra no está porque no existía. Pero el concepto está de múltiples maneras. Y también está la idea de la crianza de los varones. Ser madre de un varón hoy tiene una complejidad extra, ser madre de una mujer hoy también por supuesto, pero creo que estamos en un momento muy complejo como madres. Y a mí me parecía interesante que aparecieran personajes masculinos diferentes. Que apareciera el patriarca pero que también aparecieran otras voces masculinas que valoraran de diferentes maneras.

— Claro. Y que tiene que ver con que los hijos de un patriarca pueden haber sido también hijos de una mujer que los cría de un modo diferente, que es lo que pasa en esta novela.

— Exacto. Exacto. Bueno, en algún momento con María Fernanda Maquieira Lucía Aguirre, mis editoras, conversamos acerca de titular la novela en plural, Las desobedientes. Después a mí me gustó más el singular porque el singular habla también de una pluralidad. En el epígrafe de la novela eso queda claro, en uno de los epígrafes. Era más fuerte el singular. Pero creo que en la novela hay muchas desobediencias, tanto de las mujeres como de los varones.

— Si bien hay varias historias que se cruzan, la protagonista de La desobediente es Florence, es una mujer muy curiosa y con inquietudes científicas en tiempos en los cuales las mujeres no eran todavía admitidas en la universidad. Contame qué te pasa a vos que estudiaste y seguís estudiando en la universidad y que tenés esa pasión por el conocimiento, cuando pensás en las mujeres que tenían que disfrazarse de varones para poder estudiar, Paula.

— Me pasa que creo que yo hubiera sido una de esas (risas). Hay personalidades que están gobernadas por la curiosidad, creo yo. Vos viste que la curiosidad es una cualidad muy propia de las infancias y que luego, por uno u otro motivo, muchas veces se deja apagar o va perdiendo impulso en la vida. Hay otras personas que somos eternamente curiosas. Y a mí me parece que estas mujeres encontraban tan insoportable la vida sin poder aplacar la curiosidad que, si había que disfrazarse, una se disfrazaba. Si había que estudiar a escondidas, se estudiaba a escondidas. Si había que robar libros, se robaban libros. Si el modo de estudiar era metiéndose a monja… No sé cómo decirte, lo que me pasa es que las comprendo profundamente. Comprendo esas necesidades.

— Esa voracidad también, ¿no? Porque al mismo tiempo la satisfacción era el conocimiento en sí, porque también así como ellas debían esconderse, se escondían sus logros, que es otro de los temas que trata La desobediente. El logro científico de una mujer no podía ser considerado.

— Exacto. Y viste que ahora con esta revisión con perspectiva de género de la historia y dentro de la historia de la historia de la ciencia, se están empezando ya hace años, pero últimamente mucho más a partir de los tiempos pandémicos, están empezando a aparecer historias de científicas de todos los tiempos. También de esposas de científicos que pasaron a la historia y que, de golpe, hoy se sabe o se visibiliza que fueron mucho más importantes de lo que en su momento se decía.

— Es muy interesante porque en la historia de la ciencia y de los derechos de las mujeres hubo muchas mujeres que efectivamente o bien quedaban como asistentes, simplemente, o bien eran ellas en realidad las grandes luminarias, pero era siempre un apellido del varón de la casa el que terminaba siendo el consagrado.

— Y la figura de la asistente, en un tiempo en el que parte de esa tarea era escribir los trabajos, es fundamental, porque lo que pasó a las generaciones siguientes es justamente la palabra escrita y la palabra escrita, por más que el descubrimiento está asignado al científico de renombre, Lavoisier por ejemplo, la palabra escrita es la palabra de su esposa. Por supuesto que después él revisaba, discutirían; yo me imagino esto como compañera de un científico ya que en nuestra vida cotidiana también hay muchas charlas sobre los pedidos de subsidios, cómo escribirlos. Él también es lector de mis trabajos, digamos, hay mucha conversación intelectual e imagináte en esa época, en quién se podía confiar para que transcriba todo ese contenido de cuadernos… Hay una anécdota que es muy lateral, no tiene que ver con las mujeres y la ciencia pero que es tremenda y que para mí es siempre como un interrogante y que de algún modo está también en La desobediente. No sé si sabías que a Newton se le incendió un laboratorio y perdió muchísimo material escrito. Y para mí eso, en ese tiempo, donde el manuscrito era lo único con lo que contabas para mí es tremendo. Imaginate… Bueno el equivalente hoy sería que pierdas el contenido de la computadora y no hayas hecho backup.

— Claro. Sí, Sí. Es dramático.

— Es dramático, es una tragedia para alguien de las artes escritas o de las ciencias. Que se te incendie un atelier ponele.

— Cada vez que muere alguien brillante y con gran formación no puedo dejar de pensar qué pasó con todo ese conocimiento, esa curiosidad, la voracidad por saber, por leer, por entender. A veces quedan libros, alumnos que heredan un legado, pero en definitiva es lo que estás diciendo: lo que no quedó escrito ya después no queda en ningún lado.

— Sí, tal cual. En esta época podemos rescatar, no sé, entrevistas filmadas, como registros, tenés charlas por audio, audios de una red que después querés volver a escuchar o recuperar y tenés que transcribir, porque es imposible guardarlos de ese modo. Y son riquísimos. A mí me pasó mucho eso con charlas que tuve con Lili Bodoc, ponele que perdí. Igual, bueno, como vos decías tenemos registros de estas cabezas tan luminosas. Y en lo que no está, ahí entra la memoria. Ahí entra nuestra memoria que, siempre, es un recorte sensible, siempre vuelvo a lo escrito para contrastar la impresión que esta persona me dejó en el cuerpo, porque, como se dice, no hay escritura sin cuerpo, ¿no es cierto? Hay un cuerpo sensible que está siempre ahí percibiendo el mundo, por todos los sentidos, no solamente una observación, no solamente lo visual, sino también el sistema sensible del cuerpo, todos nuestros receptores sensibles a lo largo y a lo ancho de nuestra piel. Eso que se llama tacto y es mucho más que lo que uno puede tocar con las manos. Es toda la percepción.

— Estamos hablando de memoria, de cuerpo, de memoria del cuerpo también y de los cuerpos. Te voy a leer algo que les dijiste a los jueces en un momento, durante la causa judicial por la desaparición de tu papá. Dijiste: “Viví durante 12.953 días en un estado de incertidumbre, no podía dar respuesta a una pregunta básica ¿adónde está papá?, crecí con ese dolor y construí mi vida alrededor de incontables respuestas ficticias a esa pregunta. No es fácil crecer con un padre desaparecido, crecí sin seguridades, sin calma, con miedo y dolor”, esto dijiste. También escribiste El Mar y la Serpiente, en donde se puede leer lo que le pasa a una nena de tres años cuando se llevan a su papá. El cuerpo de tu papá finalmente apareció y estamos hablando de ciencia, y necesariamente aparece Equipo Argentino de Antropología Forense.

— Bueno, primero que yo creo que parte de mi acercamiento a las ciencias tuvo que ver con el EAAF, es un equipo de trabajo que admiro muchísimo. Estando en la facultad de Bioquímica, fui hasta la puerta para ofrecerme y no me animé. Fue algo que quedó ahí. La verdad que no me animé. Pero bueno, luego sí me animé. Fui parte de un mural que hicimos familiares privilegiados porque encontramos los restos de nuestro ser querido. Les regalamos un mural en la sede que el Banco de Datos Genéticos tiene en la ex ESMA y desde entonces estoy en contacto con ellos. Saben que cuentan conmigo para lo que necesiten. También el trabajo que ellos hacen para resolver la incertidumbre, de algún modo se anuda. Sabemos que son huecos que no tiene sentido intentar llenar porque cuando te falta un ser querido y creo que todos y todas sabemos lo que es, bueno, está ahí, está ahí siempre. Entonces, no se puede llenar pero se pueden hacer otras cosas. Se puede buscar justicia, se puede, en mi caso, buscar los restos, se puede apoyar una causa como que es que otros familiares tengan el mismo privilegio de encontrar los restos de su ser querido, se puede buscar también a los nietos y nietas que nos faltan. Intento, bueno, ir colaborando con esas causas.

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