La primera vez que viajé al Foro de la Fundación Mempo Giardinelli, en la tertulia de lecturas, tenía que presentarme. Momentos antes, Hernán Brienza había estado hablando de ciertas frases dichas por personas clave de nuestra historia y cómo esas frases se mezclaron luego en nuestros días. Yo recordé a Estela de Carlotto y una campaña que hicieron en Abuelas donde los nietos recuperados decían “Mi nombre es… y puedo decirlo porque sé quien soy”. Así que decidí presentarme de ese modo, comenté que apelaría a una frase que seguramente encontraría su lugar en nuestra historia y dije, muy segura “Mi nombre es Paula Bombara y puedo decirlo porque sé quien soy”. A la noche se me acercó el gran Eric Nepomuceno y me dijo que él quería conocer a esa mujer que arrogantemente había dicho que sabía quien era. Yo me reí, le conté mi historia y el origen de la frase. En ese entonces ni soñaba con que el libro que apenas comenzaba a esbozarse en Calibroscopio se llamaría Quien soy. Pero la vida da vueltas y vueltas si sabemos encontrar los giros.
Hace poco tiempo llegó a mis manos una entrevista que el mismo Eric Nepomuceno le hizo a Clarice Lispector, una escritora que admiro cada día más. Claro, ella trabaja mucho con esto de saber quienes somos y cuándo y cómo y por qué somos y se pregunta mucho acerca de si llegamos a ser completamente nosotros alguna vez.
Encontré esta cuestión en su primera novela y también en la última, publicada luego de su muerte. En esa novela póstuma, Un soplo de vida, leí una frase que me conmocionó. Dice “Algo sé: no soy mi nombre. Mi nombre pertenece a los que me llaman”. Sigo en conmoción, la sentí un cachetazo pues de tan cierta duele. Es verdad, tenemos que apropiarnos de nuestro nombre, de uno que ni siquiera elegimos. Como suele suceder con las cosas fundamentales de la infancia, nos lo pusieron los adultos y nos podemos pasar el resto de la vida buscándonos entre tanto a lo que accedimos por obligación. Pero creo que esta frase no se ajusta a quienes recuperan su identidad y pueden elegir cómo llamarse a sí mismos.
Yo, que escuché de boca del secuestrador que se llevó a mi madre la frase “mirá que a una gringuita linda como tu hija la quiere cualquier familia”, me peleé con mi nombre muchas veces a lo largo de la vida. Con mi nombre y con mi apellido, que sonaba tan de mi papá y tan poco mío. Cuando nació mi hermana me lo quise cambiar por el de ella, luego me di cuenta de que tampoco ese sería el mío. Volví a paladear el Paula y el Bombara cuando lo dijo muchas veces el chico del que me enamoré en la secundaria, lo acepté sin rencores en la facultad, lo quise y me sentí orgullosa cuando lo leí en la portada de El mar y la serpiente y terminé de hacerlo mío hace muy poco, cuando recuperé los restos de mi padre.
Sigo preguntándome si Paula Bombara es un nombre que me representa pero pensar tanto en Quien soy está haciendo un buen efecto pues me está llevando a conocerme de un modo nuevo. Quizás lo elija como nombre, después de tanto.
Gracias al proyecto de Calibroscopio, que coincidió en el tiempo con el hallazgo de los restos de mi padre y también con la condena a sus asesinos en Bahía Blanca, se habilitó la pregunta y la búsqueda. La literatura tiene, como la matemática, funciones integrales y funciones derivadas.
Creo que cuando Eric vuelva a encontrarme en 10 días en Resistencia le contaré todo esto y le llevaré un Quien soy de regalo.