Ponencias

30 años del EAAF

Mi entrada anterior refiere al mural que hicimos entre muchos para la sede que el Equipo Argentino de Antropología Forense ya tiene en la ex-Esma. Esta es para compartir lo que leí anoche, en el acto que se hizo en la Biblioteca Nacional con motivo del cumpleaños nro 30 de la institución. Fue un gran honor que me eligieran como representante de los familiares. Y una gran alegría que luego me dieran tantos abrazos.

2011. Junio. Hacía frío, estaba con la pava en el fuego cuando sonó el teléfono.

Una voz femenina preguntó por mí. “Soy yo”, contesté. “Mi nombre es Cecilia Ayerdi, soy del Equipo Argentino de Antropología Forense”.

Mientras escuchaba la voz de Cecilia recordé la mañana en el Tornú, allá por 2008, cuando fui a dar mi sangre para que estuviera en el Banco de Datos Genéticos, también la conversación con mi tía paterna para que también aportara la suya y tuve una certeza ganada en los años de bioquímica: si algo malo había pasado con las muestras, sería lo que me diría esa voz a continuación.

Pero no fue eso lo que escuché. Lo que escuché fue que querían que nos reuniéramos en la sede que el Equipo tiene en Plaza Miserere. Me dije que habían encontrado los restos de mi padre. “Bueno, ¿cuándo?”, contesté. “Cuando quieras”.

Quedamos para el jueves 16 de junio a las 14 hs.

Esa charla brevísima, lo que prometía, lo que vendría después, generaron dentro de mí un silencio profundo. Yo estaba convencida de que la restitución, en el caso de mi papá, desaparecido en diciembre del ’75, aún en tiempos democráticos, era prácticamente un imposible. Ya el ir a dar sangre lo hice más como un gesto de apoyo al trabajo del Equipo que por una esperanza individual. Ese llamado me decía que era probable que estuviera equivocada.

Me quedé atrapada en ese silencio. No pude contar a nadie de esta reunión. Ni a mi madre, ni a mi compañero. Se formó, dentro de mí, una necesidad casi física de ir sola a escuchar lo que el equipo tenía para contar. Fuera bueno o malo. Escuchar yo sola.

Ese silencio era un nudo que no me animaba a desatar.

Puedo suponer que todos quienes vivieron la previa a esta reunión sintieron ese nudo. Y que las emociones encerradas tras ese nudo son todas diferentes. Yo podía suponer qué iba a sentir, pero la verdad es que no lo sabía. Una nunca puede prepararse para momentos así.

El jueves 16 me recibieron Mariana Segura y Daniel Bustamante. También estaban Cecilia y me presentaron a Patricia Bernardi.

“Bueno”, dije yo, cuando nos sentamos, “¿lo encontraron?” y cuando vi en sus caras que sí, que la noticia era esa, el nudo se me hizo sonrisa y se desparramó por mí una alegría tan grande, tan grande, que aún ante los detalles más dífíciles de contar yo no podía dejar de sonreír. Mientras me contaban y yo iba preguntando dónde, cuándo, cómo, por qué y exclamaba “qué increíble, qué terrible” a cada dato, no se me borraba la sonrisa. Mariana y Daniel me miraban, se miraban, sonreían. Estaban alertas, muy atentos a lo que estaba pasando. Tal vez esperando que asomaran las lágrimas, o estallara de algún otro modo pero yo no sentí angustia en ese momento, no sentí nada que llevara al llanto, sentí una alegría difícil de transmitir, como localizada, como si una zona del cuerpo que tenía fría desde hacía 35 años empezara a irradiar calor. Ganas de abrazar, de reír, en fin, lo que sucede cuando uno se reencuentra con quien ama y extrañó tanto tiempo. Les dije algo absurdo que no recuerdo bien, algo como “perdón que no llore pero estoy recontenta”.

Les pregunté todo lo que venía preguntándome desde mis tres años, cuestiones reelaboradas noche tras noche tantos años. Preguntar sin hallar respuestas es lo que, supongo, me llevó a estudiar bioquímica y también, me llevó a escribir. Por fin había respuestas y las voces, ya relajadas, de Mariana y de Daniel, me impulsaban a preguntar más y las respuestas de ellos no se agotaban.

En esa sala de la casa del Equipo se esfuman muchas incertidumbres añosas y toman forma muchas certezas. Me fui con una sonrisa llena y dejé abrazos que esperé transmitieran mejor que las palabras mi agradecimiento.

Busqué un ciber y llamé a mi mamá. Le conté. Se enojó porque había ido sola pero ¡yo estaba tan contenta!, pude explicarle y entendió. A los pocos días volví al EAAF con ella.

Solo cuando tuve mis respuestas, los restos de papá y escuché la sentencia a cadena perpetua en el Juicio al V Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca, pude comenzar a despedirme de él.

Comenzó otra etapa de mi vida. Difícil, porque la incertidumbre ya es parte de mi personalidad. Y de pronto, aquellas nebulosas de dudas que venían por la noche, como a otras personas se les aparecen rezos, ya tenían respuestas… Y yo no podía dormir sin mis preguntas.

Los vacíos, que estaban tan bien acomodados que no los sentía, se llenaron. Y molestaban, me sentía como con un cuerpo “chingado” que a veces me apretaba de sisa y otras me pinzaba la espalda. La gran alegría inicial, el alivio que da saber la verdad, fueron dando paso al duelo tan postergado, que no sé si ya terminó de pasar o aún sigue pasándome.

Dejé de ser la hija de un desaparecido para ser la hija de un des-desaparecido, como tan bien definió este estado Martha Dillon. Me sentí y me siento muy afortunada. Mi padre fue uno entre seicientos y contando. Hoy sus cenizas descansan en la Iglesia de la Santa Cruz, bajo una mata de alegrías del hogar que sembramos entre muchos de los que lo quisimos.

Y algo más, otra dimensión de esto: mis hijos vivieron todos mis estados de ánimo durante la restitución y surgieron preguntas. Algunas graciosas, como si podían llevar los huesos del abuelo a la escuela. Otras de mucha ternura, como que ahora podíamos hacerle upa al abuelo. Y otras profundas que me dieron una idea del tamaño de su pérdida. A ellos les falta un abuelo. Les falta el abuelo Daniel. Ellos participaron del entierro de las cenizas y de la sentencia del Juicio al V Cuerpo del Ejército. Ellos ahí, con las manos sucias de tierra cuando sembramos las cenizas. Es un recuerdo muy fuerte.

 

No voy a decir lo grandioso, profundo e interesantísimo que me parece el trabajo del EAAF, tanto desde lo científico como desde lo poético, porque a ellos no les gusta que se los destaque así. No estoy diciendo nada de eso en estos momentos. Y ustedes no lo están escuchando, por supuesto, pero quiero agradecerle a todo el equipo esa dimensión de la restitución: haber posibilitado que mis hijos crezcan con su abuelo Daniel des-desaparecido. Cuando llegue el momento en que me hagan preguntas al respecto, no habrá incertidumbres.

Gracias por la invitación a hacer público mi afecto, mi agradecimiento y mi profunda admiración. Ojalá sucedan muchas otras restituciones. Ojalá sucedan todas las restituciones. Ojalá encontremos a los que nos faltan.