Colaboraciones

Prólogo: “Con el cuerpo dispuesto al futuro” (para el libro “Diario de Encierro”, de Andrea Fasani)

Ningún artista vive en una burbuja.
Siri Hustvedt

Mi madre, mi hermana y yo, como la mayoría de las familias que conozco, compartimos un grupo de chat. Circulan por ahí fotos, alegrías, memes, proyectos, ansiedades, videos, textos, broncas, satisfacciones, dibujos, confidencias, preguntas, viajes. Fue nuestro principal canal de encuentro durante el tiempo que duró el ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), marca indeleble en nuestra memoria nacional cuando rememoramos la pandemia. Por ese chat nos reunimos en videollamadas, comentamos las cadenas nacionales, intercambiamos dudas, nos ilusionamos con la llegada de las primeras vacunas. Especialmente, más allá de lo cotidiano, ese espacio en la virtualidad fue –y sigue siendo– la expresión escrita del sólido vínculo amoroso que nos une y fortalece como artistas.

El 25 de marzo de 2020, seis días después de comenzado el aislamiento, mi madre compartió una foto muy graciosa en la que tenía puesta una antigua máscara antigas, herencia de un familiar muy querido. Más allá de las risas que nos provocó, hay en la foto algo que alienta a ir más allá. Creo que ella también advirtió eso al ver su propia imagen, creo que sintió en el cuerpo esa invitación a indagar, a explorar los paisajes que se iban abriendo, día a día, entre los límites impuestos por la realidad del virus. Hendijas a veces desquiciadas y otras, de una fuerza creativa notable.

Mamá y su máscara antigua encendieron el radar y comenzó la exploración.

La muerte se abría como una árbol negro, negramente
Sylvia Plath

En lo cotidiano, la salida a comprar fue convirtiéndose en la oportunidad de contemplar y registrar, cual corresponsal de guerra, tanto lo extraño como lo inalterable; y el permanecer adentro, leyendo, escuchando la radio, mirando las noticias, redundó en una actividad donde el tiempo se estiraba, abriéndose a otra percepción, difícil de observar cuando lo que prima es el vértigo de las rutinas.

Poco a poco, los dibujos que mamá subía diariamente al chat, fueron sumándose a la lectura de los reportes científicos y políticos que compartíamos con mi compañero por las mañanas. Esa negritud envolvente –¿nube? ¿huracán? ¿fluido infeccioso? que primero se veía alejada y luego, en los últimos, invadiéndolo todo–, funcionaba como una doble metáfora: la del avance del virus y la del clima social, cada vez más desestabilizador. En la negritud estaba el termómetro, la aguja oscilante del tensiómetro, el sonido del contador Geiger.

La evolución, como el crecimiento, lleva tiempo. Adaptarnos a la existencia de una nueva especie viral demandaba -demanda, demandará- tiempo, un tiempo que algunas personas aceptamos y otras utilizaron -utilizan, utilizarán- para expresar sus oscuridades más densas.

… sus ojos vigilando el cielo, como si algo en el aire no estuviera bien.
Laurie Anderson

Enseguida apareció retratada la gata, compañera de aislamiento de mi madre. Primero de espaldas, mirando hacia afuera. Luego, dormida, despierta, expectante. “¿Debo salir yo también?” Parece preguntarse. Y después, los perros, que se cruzaba en la calle o que acompañaban a seres queridos. Cada mañana que aparecía un dibujo con gatos o perros, era como si se abriera otro mundo en el mundo. Me recordaba que algo seguía inalterado en nuestros hogares, que nuestra relación con el resto de los animales seguía existiendo. Esas miradas penetrantes, que en cada dibujo del Diario interpreto llenas de interrogantes y, a la vez, de esperanzas.

Ante la bestialidad de lo humano, que se reveló con tanta crudeza en los últimos meses del ASPO, estos otros animales que nos rodean muestran compasión, invitan a continuar la espera, aportan la fuerza necesaria para seguir mirando, para seguir registrando el fluir pausado de la evolución menos buscada, la que nos puso cara a cara con nuestra vulnerabilidad.

La naturaleza se abre paso, es inevitable. Ante cada acción humana que la perturbe, habrá una reacción natural que tienda a reestablecer el equilibrio.

Desperté. Abrí los ojos.
Y palpé este mundo como un marco entallado.
Wislawa Szymborska

Mi madre instaló este proyecto en el centro de sus días. Barrió las rutinas que se habían derrumbado y construyó otras. Limpió el tizne que provoca la incertidumbre y, como en muchas otras ocasiones de su vida, se valió del arte para resistir.

El Diario demandaba una serie de tareas y, como toda obra de largo aliento, cierta planificación del tiempo. Un momento para informarse, otro para bocetar, pensar, definir cuál imagen abría sentidos respecto a la anterior y también, a la siguiente. Aparecieron las escenografías interior/exterior y con ellas, las emociones. Aparecieron, también, la necesidad de compartir lo que estaba haciendo y las fotos que tomaba para difundir el proyecto al resto de la familia y sus amistades.

¿Cómo se muestra un proyecto así? Seguramente se lo preguntó. Yo me lo pregunté. ¿Requiere un texto, una voz, una música? Ella encontró un modo singular. Cada día subió dos fotos: una del dibujo y otra en la cual la máscara antigas se hace presente. ¿Qué dice esa segunda foto? Era en la que me detenía más tiempo. A veces al costado, a veces sobre el dibujo, a veces apenas perceptible.

Los meses del ASPO, cuando todavía no teníamos ninguna vacuna disponible en el horizonte, fueron tiempos en los que muchas máscaras cayeron, se vieron profundas miserias humanas y también mucha, muchísima, solidaridad.

…estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor
incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar.
Rosario Bléfari

Observar a mi madre desarrollar su arte es un privilegio que mi hermana y yo valoramos desde que tenemos memoria. Lo hemos conversado más de una vez: esa pasión arrolladora, ese dejarse habitar por lo indómito, ese disponer el cuerpo hacia el futuro. Cada proyecto la atraviesa entera. Y ella le da entidad, lo sienta a la mesa, como si fuera un ser más con el que conversar. Toma el arte en el puño, te lo acerca, abre la mano y salta un ser vivo. Es un ejemplo de vida que mi ser escritora agradece muchísimo. Trabajar hasta que lo que escribamos, dibujemos, modelemos, bordemos, cocinemos, tenga una identidad propia, un corazón latiendo.

Preguntar por el Diario pasó a ser como preguntar por un amigo. ¿Cómo anda el Diario?, ¿hasta cuándo lo vas a mantener? A esa incertidumbre que provoca el no saber, ella la abraza y sigue adelante. ¿Para qué adelantarnos? Vivamos, habitemos el hoy.

Vernos retratadas, ver los retratos de nuestros hijos, de nuestras hijas y nuestros compañeros, observar qué es lo que le llamó la atención de cada quien. Conmovernos por la luz particular que desprenden los dibujos cuando aparecen las infancias.

…todo lo que ella ha mirado se ha vuelto verdaderamente ardiente
Helene Cixous

El decir del arte siempre es anticipatorio al decir de la razón. En toda obra hay, más o menos velado, un “te lo dije” dirigido a la persona creadora. El deseo de que esta obra fuera libro circuló por nuestro chat familiar desde que nos dimos cuenta de que abrazaba un decir que en el presente de aquellos días era imposible comprender. Registra la locura, el amor, la violencia, la tristeza, la alegría, el no saber, la desesperanza, la ilusión, en fin, la vida, con una lucidez sorprendente.

¿Estuvimos, como sociedad, a la altura de los acontecimientos? ¿Aprendimos algo? ¿Será que prevalece el “sálvese quien pueda”, el individualismo y el desdén? ¿O vamos a poder sostener la   idea que vale, la más difícil, la que dice que cuidar al otro es cuidarnos?

El Diario de Encierro de Andrea Fasani ha logrado retener en el blanco de sus páginas aquello que no tiene palabras, eso que cuando impacta en la retina, lleva a respirar hondo y volver a pasar por el cuerpo todo lo vivido. Gracias por eso. Hace falta.