Colaboraciones

Leer literatura en la universidad: un encuentro para toda la vida

(Linternas y bosques – Literatura infantil y juvenil) «¿Se puede ser estudiante sin ser lector? ¿Se puede ser lector sin ser estudiante? ¿Qué leemos cuando leemos un texto de ficción? ¿Y por qué creemos que podemos prescindir de la ficción al llegar a los años de estudios terciarios o universitarios? ¿Hay algo más misterioso que una persona desconocida invitándonos a su mundo? ¿Existirá alguien que nunca, pero nunca, haya escuchado o leído una historia inventada? ¿Hay una edad para dejar de simular, para dejar de jugar? ¿Cuántas veces nos pasa, frente a una historia de ficción, que nos preguntamos qué haríamos en el lugar del protagonista? ¿Cuántas, que luego llevamos esos recuerdos de lectura a otras vivencias y nos resultan útiles? ¿Existe algo más parecido al infinito que nuestro mundo interior?», estas son algunas de las preguntas grandes que abre Paula Bombara en este texto invitado, un muy convincente elogio para el estudiante lector o la lectora estudiante que quizá necesite que alguien al frente abra una novela o lea un poema a media clase.

En septiembre de 2019, Paula me compartió la ponencia que leerán a continuación. Hacía poco que la había presentado en en el Coloquio Internacional de Lectura y Edición dentro de la III Feria Internacional del Libro de los Universitarios 2019 de la UNAM. Desde entonces quería publicarla en el blog, pues esa era la generosa intención con la que mi colega y amiga me la había enviado; pero pasaron los meses y nos alcanzó la pandemia y el cierre de centros educativos, y es hasta ahora, que se vislumbra más claramente la reapertura de aulas, que me pareció el momento de compartirla.

Fue afortunado que, entre tanto, Paula Bombara publicara una nueva novela memorable, La desobediente (Loqueleo, 2021), y que pudiera leerla hace poco. Releer su defensa de la lectura de literatura en la universidad para preparar esta entrada, recordar su perfil mixto (científica, académica y escritora) y leer la defensa novelada del derecho a estudiar en una universidad que emprende Florence, un personaje ficticio inspirado en el mundo de Victor Frankenstein de Mary Shelley, resultó en una suerte de dibujo imposible de M. C. Escher, en donde las intrincadas realidades se dibujan unas a otras.

Y fue con algunos grabados y dibujos del fascinante M. C. Escher que acompañamos esta entrada. Una sugerencia de la propia Paula. También incluimos unos audios que ella grabó especialmente para esta publicación y que recuperan, aunque sea un poquito, la experiencia de escucha de la ponencia original. 

Cierro con una de las ideas que me dejó pensando más del texto de Paula: «Escribir es ir avanzando hacia los últimos renglones palabra a palabra. Contar con la lectura de ficción en nuestra vida de estudiantes es casi del equipo básico si lo que pretendemos es llegar a la cima sin accidentes graves». Que lo disfruten… y corran la voz entre profes universitarios.

Adolfo Córdova

1. Comienzo esta exposición 

Contándoles que cuando tenía trece años ingresé a un colegio secundario dependiente de la Universidad de mi ciudad, Buenos Aires. 

El ingreso a ese colegio demanda, hasta el día de hoy, una preparación exigente en cuatro áreas del conocimiento: matemática, geografía, historia y prácticas del lenguaje. Hay que estudiar. Durante los meses que me preparé para dar los exámenes estudié más que en todos los años de primaria juntos. Logré entrar y desde el momento en que leí los resultados sentí que entraba a la Universidad de Buenos Aires. 

El primer día de clase, en el aula magna del colegio, la más grande y señorial de todas, el rector nos dirigió unas palabras de bienvenida. Conservo muy vívido el momento en que nos dijo que de ese colegio ibamos a salir transformados en estudiantes. “Porque ser alumnos es una cosa”, dijo el rector, “y ser estudiantes, otra muy distinta”. Para ingresar a las facultades de la Universidad, que admitía únicamente estudiantes, en cinco años teníamos que vivir esa transformación o, para usar una palabra más “dramática”, esa metamorfosis.

A diferencia de ser alumno, que en su origen etimológico refiere a ser nutrido de conocimientos por un guía o magister, ser estudiante implica sentir un deseo particular por algo. 

Un estudiante se acerca a aquello que lo intriga, lo seduce, con el anhelo de comprenderlo. Porque estudiar, en su significado original, tiene que ver con el de avocarse con especial atención hacia algo que nos convoca especialmente. ¿Cuál será ese objeto convocante? Cada quien sabrá. O lo irá descubriendo a medida que crece dentro de la universidad, porque aquí llego a un primer punto que me parece importante decir aquí: no todos somos estudiantes cuando ingresamos a la universidad. Algunos todavía somos alumnos, algunos todavía no hemos completado esta “metamorfosis”, ese pasaje de ser nutridos a ser movilizados por un objeto de estudio. 

Dicho de otra manera, en los primeros años de cualquier facultad, entre los ingresantes, es muy probable que haya un conjunto de personas que aún no se sienten seguras de estar en el lugar “correcto” (¿existirá algo como “lugar correcto”?). Aún no saben bien qué los convoca. A los 17, 18 años, tienen que elegir EL rumbo de sus vidas. El mundo adulto se presenta como unidireccional. 

Yo creo que ser estudiante no tiene que ver con una decisión única, con trazar una línea recta. Ser estudiantes tiene que ver con disfrutar intelectualmente el camino que el mundo del conocimiento ofrece. ¿Cómo hacer para lograr eso? ¿Cómo, para que quienes entran en la universidad sin ser estudiantes, no se frustren al punto de dejar las aulas?

Creo que los y las profesoras tienen que ir abonando el camino de ese disfrute, generar la comodidad necesaria para que el planteo de preguntas aparezca, explicitar los modos de lectura y escritura que desean escuchar y leer en los trabajos prácticos y exámenes que proponen a sus estudiantes. Como sugiere la Dra. Paula Carlino, alfabetizar en el ámbito académico “se trata de formar para escribir y leer como lo hacen los especialistas; (…), de enseñar a leer y a escribir para apropiarse del conocimiento producido por ellos” (Carlino, 2013). Soy de la idea de que incorporar la lectura de literatura en las clases universitarias provoca apertura, genera canales de comunicación y de comprensión.

Para mí el camino del conocimiento nunca fue unidireccional. Puedo decir que ese camino a tientas, a veces solitario y a veces en compañía de pares, con momentos de extrema alegría y otros de franca oscuridad intelectual, ese proceso de aprendizaje que exige estar siempre en movimiento, haciéndose preguntas, rastreando, como si fueran olores, las múltiples respuestas, es una de las características más valiosas del ser estudiante y, también, en cierto modo, es la característica sobresaliente del ser lector, del ser curioso. 

M. C. Escher, Cielo y agua, 1938.

 

2. El camino lector

El camino lector comienza, en el caso ideal, apenas se desarrolla la escucha. El canto, el arrullo, eso es lo primero. La lectura se inicia cuando una voz se dirige a nosotros y nos cuenta, distinguiéndose y distinguiéndonos, en medio de un mar de otros sonidos. 

El libro es ese objeto mágico que, cuando se abre, nos devuelve a ese estado de escucha, tranquilidad y contemplación extrañada del mundo. Todo puede ser. El libro representa, idealmente, la voz que resonaba más cercana cuando todavía éramos incapaces de hablar. Esa voz que quizás ya no esté disponible para nosotros. Será entonces cuando comenzaremos a buscar voces sustitutas. 

Los niños y las niñas saben encontrar refugios, saben adaptarse a los temporales, saben mitigar las penas y concentrar las alegrías para que duren lo más posible en la memoria. Lo saben, lo supimos. Si no hubo libros, quizá hubo canciones, o relatos, o costumbres, ritos, danzas, pues no hay infancia que no posea un puñado de historias fundantes. Algunas son cuentos que nos relatamos a nosotros mismos, como la de esa pelea de puños con un archienemigo o ese viaje o esa enfermedad o eso que, con solo invocarlo, ya aparece en nuestras mentes. 

Entre esos relatos que nos contamos hay experiencias propias y otras que provienen de personas que nos las confiaron. Las hay orales y las hay escritas. Los libros son conversaciones con seres lejanos y, al mismo tiempo, conversaciones con nosotros mismos. Ser lector es estar presente de modo activo en esas conversaciones. Y, como sucede con cualquier conversación, las hay de diferentes temas, extensiones, modos, estilos, etcétera. Podemos ser expertos lectores de historietas, o de ensayos políticos, o de manuales técnicos, o de poesía. 

Los caminos lectores son tantos como lectores existen. Y ninguno vale más que otro.

Quienes no transitan este camino desde la infancia pueden sumarse en el momento de la vida que lo deseen. Aunque uno de los objetivos de los sistemas educativos de nuestros países es el de darnos la bienvenida al inquietante mundo de signos y sentidos que ofrece la lectura desde el comienzo, volverse un ser lector no es un evento exclusivo de la infancia. 

Me gusta esta idea de Fernando García Ramírez que aparece en el prólogo del libro Leer, de Gabriel Zaid: “Leer, ¿para qué? ¿Se lee porque de todos los libros se aprende algo y conocimiento es poder? No, leer no da poder, el conocimiento que brinda es muy difuso. Se lee para ensayar nuevas y variadas posibilidades del ser, para soltar amarras, para liberarse del yugo que oprime: la confusión.” (Zaid, 2012) Le sumo a esta idea que, a mi entender, ser lectores de literatura implica salir de una confusión para meternos indefectiblemente en otra nueva y distinta.

El camino que emprendemos como lectores y el que seguimos como estudiantes se cruzan, se solapan, se distancian, pero no son uno y el mismo. La mirada interior que se pone en juego a la hora de leer un texto es diferente a la que nos ocupa a la hora de estudiarlo. La conversación que establecemos con ese texto es distinta, las preguntas que nos hacemos respecto a lo leído, cambian. Quizá, con la práctica, estas dos actividades, leer y estudiar, se entraman pero me parece que es valioso mantenernos conscientes de las diferencias que existen entre ellas.

¿Se puede ser estudiante sin ser lector? Dificilmente. Para estudiar hay que comprender lo que se lee, hay que cuestionarlo, tener herramientas para debatirlo. 

¿Se puede ser lector sin ser estudiante? Lo dudo. Pienso que en algún punto comenzamos a estudiar lo que leemos además de disfrutarlo. Pero conozco lectores y lectoras eruditos que jamás fueron parte de una institución universitaria.

“Para cada uno de nosotros”, dice David Grossmann, “el libro es una especie de prueba de fuego absolutamente diferente”. Ser lectores nos da dignidad, dice también, en otra parte de ese maravilloso libro que se llama Escribir en la oscuridad.

M. C. Escher, Orden y caos, 1950.

 

3. La lectura de ficción

Dentro del camino lector que los Ministerios de Educación proponen, lo que más nos ofrecen mientras cursamos los años preuniversitarios (primarios y secundarios) es leer ficción. Cuentos, novelas, mitos, leyendas. Más tarde aparecen la crónica, la poesía y los textos de comunicación científica. ¿Por qué? ¿Por qué esta decisión de los Ministerios? ¿Qué leemos cuando leemos un texto de ficción? ¿Y por qué creemos que podemos prescindir de la ficción al llegar a los años de estudios terciarios o universitarios distanciados del mundo de la literatura?

Yo pienso que al leer ficción leemos el mundo interior de un desconocido. ¿Hay algo más misterioso que una persona desconocida invitándonos a su mundo? Puede darnos miedo, sernos indiferente o puede que la pregunta acerca de quién es la persona que escribe nos provoque y nos tiente a saber quiénes somos cada uno de nosotros mientras leemos ese libro. ¿Nos transformará? ¿Será ese un texto que modifique de algún modo nuestra vida?

En los últimos años varias de mis novelas se publicaron aquí en México. ¿Qué contarán de mí esos libros? Hubo quienes consideraron que tenían que estar en este país; entonces, ¿qué contarán de ustedes esos libros? ¿Cuál será el conjunto intersección entre cada uno de ustedes y yo? ¿Con cuáles aspectos de aquello que yo inventé ustedes discutirán? 

En un intento de responder algunas de estas preguntas, propongo pensar la lectura de ficción en los años universitarios de tres modos. Como vitamina, como actividad lúdica y como herramienta.

3.1. La lectura de ficción como sustancia química que no podemos sintetizar

Eso es una vitamina: una sustancia química que solo podemos obtener si comemos ciertos alimentos. La necesitamos para mantenernos sanos. La lectura de ficción puede entenderse de esta manera: nos mantiene en un estado de salud intelectual. Nos nutre. La nutrición es un proceso activo que compromete varios sistemas fisiológicos. La lectura también. No nutrirse trae, más tarde o más temprano, dolencias, complicaciones, enfermedades. No leer ficción provoca otro tipo de dolencias o carencias, tal vez no tan fáciles de percibir y claro, por supuesto, es posible vivir toda una vida sin leer una novela, un cuento, una poesía. Una vida así es posible, pero yo me pregunto ¿existirá alguien que nunca, pero nunca, haya escuchado o leído una historia inventada? 

Para mí una vida sin lecturas de ficción es una vida sin veladuras, sin sentidos múltiples, sin tonalidades, sin contrastes. Y puede que esté equivocada, claro. Puede ser que un ser humano viva plenamente sin abrir jamás un libro de narrativa. Pero digamos también que quien es lector de literatura, lee la realidad, lee su día a día, lee las conversaciones del whatsapp con un plus de poética y/o de ironía en sus interpretaciones. Lo que digo es que no viene mal, cada tanto, un batido con un concentrado de vitaminas.

3.2. La lectura de ficción como juego compartido

Volvamos a las infancias: ¿qué hay más deseado que esos ratos de juego compartidos con quienes amamos? Ese tiempo de desafíos amorosos. Armemos esta nave juntos. Este rompecabezas. Corramos de la mano hasta ese árbol. Hacé lo que yo haga. Buscame. Juguemos: vos sos la hija y yo, la mamá. NO, ¡yo quiero ser el perro! Juguemos. Hagamos de cuenta que.

Leer ficción en la universidad es volver a “hacer de cuenta que”. ¿Dale que yo soy el guardián del Norte y me llaman a ser la mano del Rey? ¿Dale que me pongo a merced de un lobo? ¿A que soy el mejor detective de todos los tiempos y vos, el testigo de lo que quiero y no quiero descubrir?

¿Hay una edad para dejar de simular, para dejar de jugar? Quienes disfrutan de los juegos de rol, del cosplay, de los juegos electrónicos, saben que no. “Hacer de cuenta que” nos prepara para momentos que exigen estar 100% presente. ¿Cuántas veces nos pasa, frente a una historia de ficción, que nos preguntamos qué haríamos en el lugar del protagonista? ¿Cuántas, que luego llevamos esos recuerdos de lectura a otras vivencias y nos resultan útiles?

Estar en la Universidad, estudiando, no implica estar alejados de esta práctica. 

La lectura de un fragmento poético o narrativo puede dar pie al tratamiento de un concepto. Por ejemplo: previo a presentar los números irracionales, se podría leer el poema de Wislawa Szymborska sobre el número pi. ¿Cuánto tiempo nos llevaría? A ver: cronometremos. 

¿Cuánto demoré? ¿Cuánto entendieron de la inconmensurabilidad de este número?

Díganme: ¿Existe algo más parecido al infinito que nuestro mundo interior? 

El juego compartido está en arrojar un texto como quien arroja un primer naipe. Habrá siempre alguien dispuesto a leer y aportar aquello que hagan falta para jugar. Así, lo que empieza siendo conversación y convite, luego pasa a ser reflexión para con nosotros mismos, para con la clase, para con el mundo del conocimiento específico que nos ha reunido, conocimiento que es exploración y es pregunta. 

3.3. La lectura de ficción como herramienta

Se habla poco de la creatividad necesaria para ser investigador científico. Me refiero aquí a todas las ciencias. La creatividad que necesitamos para dar cauce a una hipótesis, ya sea sociológica, física o lingüística. Nutrir nuestro mundo interior con ficciones da elementos, conceptos, ideas, que se desmenuzan y luego, recombinan, pasando a formar parte de nuestra memoria y/o de nuestro inconsciente. Ya hablamos de la literatura de ficción como vitamina. Pero la ficción también da herramientas para expresarlas. Sintagmas. Estructuras gramaticales y de sentido. Formas. Habilidades para comprender textos complejos y para construirlos. 

Creo que resulta claro que la lectura de literatura nos da herramientas que facilitan la escritura, ya se trate de escritura creativa o escritura específica de nuestro campo de conocimiento. Escribir es trabajoso, sea cual sea el género que nos demande. Es iniciar, sostener, desarrollar y dar fin a una conversación que, como ya dijimos, interpela primero a quien escribe y, luego, a quien está “del otro lado de la página-espejo”.

La hoja en blanco, la pantalla con el cursor titilando en lo más alto del margen izquierdo, muchas veces es más que un plano inclinado, muchas veces es un Everest o un glaciar delante de nuestros pies. Escribir es ir avanzando hacia los últimos renglones palabra a palabra. Contar con la lectura de ficción en nuestra vida de estudiantes es casi del equipo básico si lo que pretendemos es llegar a la cima sin accidentes graves. Un escalador lleva un pico, zapatos con clavos, ganchos de alpinismo, poleas, agua, abrigo, protector solar. Cada quien decidirá la relevancia que le da a la lectura de literatura en este equipo de utensilios básicos. Pero si la lectura no está en la mochila, el ascenso probablemente se vuelva complicado en algún momento.

Dice Maite Alvarado acerca de la comprensión lectora: “La tarea de comprensión debe presentar siempre algún obstáculo que implique un desafío intelectual para el lector, de modo que éste se vea obligado a concentrar su atención y a maximizar sus esfuerzos mentales para resolverlo. El texto que se proponga al estudiante aún inexperto debe mantener un delicado equilibrio entre la facilitación excesiva y la dificultad imposible de resolver”.

 Les leo: 

Seguramente responder una pregunta del examen de mamíferos vertebrados con una frase de Clarice Lispector no les sirva, pero tal vez la lectura de sus libros, o los de Juan Rulfo, o los de Borges, Gallardo, Walsh, Bellatin, Pizarnik, Cervantes, Duras, Cortázar, Poniatowska, Girondo, Paz, Andruetto, etc, etc, ayude a la hora de pensar a qué dar relevancia, cómo estructurar las respuestas, de qué modo leer los textos particulares de esa materia, entre otras muchas cosas. 

M. C. Escher, Manos dibujando, 1948.

 

4. Un hábito para toda la vida

La cuestión es tomar un libro de literatura, abrirlo y comenzar a leer el hilo de palabras. Como tomar el extremo de una hebra de lana y comenzar a madejar. Como asomarse a una carretera y comenzar a viajar. Aunque, si estamos fuera de práctica, el comienzo cuesta, con el tiempo se aprende a disfrutar esta pausa en el tiempo y en el espacio que es la lectura de ficción.

Estamos en este congreso, pensando y reflexionando sobre la lectura y la edición, sobre la educación y todo lo que este complejo concepto significa. Bajo estas luces, escuchando estos sonidos… y una hora más tarde, abrimos un libro y estamos en la noche oscura del Londres de Jack el destripador, o en los paisajes rojizos de las crónicas marcianas de Bradbury, o en el caldero de las brujas de Roal Dahl, o allí donde nuestro libro nos proponga estar.

Estamos en esa pausa de la vida de todos los días, ensimismados en la lectura y, de pronto, aparece una frase que nos sirve de ejemplo para la clase que tenemos que dar o, no sé cómo, nos permite entender la explicación que nos dio la profesora de la clase que acabamos de tomar. Así: [CHASQUIDO] nuestro cerebro chispeó. Tomó datos, integró vivencias. Ahí está el link que podemos compartir con el resto de los estudiantes y profesores la próxima vez.

No se puede ser profesor y/o profesional sin ser estudiante. Cualquiera sea nuestra profesión, siempre seguiremos estudiando. Tal vez ya no tengamos tantos exámenes, pero tendremos otros desafíos. Sería deseable que la lectura de literatura estuviera siempre dentro de nuestros planes. Conviviendo con otros modos de esparcimiento, con otros planes nutricionales, con otras herramientas, pero presente. Lo que propongo no se trata de indicar a los estudiantes que hagan talleres de lectura y/o escritura fuera de las horas del dictado de nuestra materia. Se trata de integrar esta expansión de la realidad que es la ficción a cada una de las clases que forman parte del programa académico.

Lo confieso: al recibir esta invitación y este tema, me pregunté si era posible que lo que dijera hoy fuera, a la vez, un ejemplo de cómo entramar la literatura en un ámbito académico, para poner en juego esto que vine a decir: leer literatura es un encuentro. A lo largo de esta conferencia compartimos una crónica personal, un poema, un fragmento de prosa poética y algunas citas de especialistas. Obviamente, para encontrar los modos de decir –y de trenzar lo dicho con textos literarios–, abrí, recorrí y cerré decenas de libros. Estar aquí hoy resultó sumamente enriquecedor para mí. 

Y sí: definitivamente es complejo entrelazar la ficción con ideas nacidas en el ámbito académico. El tono resultante no es el académico convencional. Tampoco es totalmente literario. Pero creo que esto nuevo que resulta vale el esfuerzo. Porque leer literatura en la Universidad, conjugarla con otros conocimientos, mecharla con conceptos nuevos y complejos, da nuevas dimensiones a lo compartido clase a clase. 

La irrupción de la literatura en las clases nos muestra como profesores especializados en lo nuestro, sí, pero también nos regala la oportunidad de mostrarnos como lectores, es decir, como personas dispuestas a aprender, a escuchar y a conversar. Y esa triple condición, creo, ayudará a nuestros estudiantes a seguir sus caminos.

Voy a terminar leyéndoles un cuento breve. Es de un filósofo chino, Lieh Yukou, más conocido como Lieh-tzú o Liehtzé, que vivió durante el siglo IV a. C. Se llama El ciervo escondido. Fue publicado en varias antologías de cuentos, la que traje está publicada por la Secretaría de Cultura de México y tiene un valor especial para mí pues el antologador es un amigo muy querido, Adolfo Córdova. Pero también puede puede encontrarse en un libro imprescindible: la Antología de Literatura Fantástica compilada por Borges, Bioy Casares y Ocampo. 

Textos con los que conversé mientras escribía esta conferencia (bibliografía informal)

  • Alvarado, M. (2013) Escritura e invención en la escuela. 351 p. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Borges, J. L., Bioy Casares, A. y Ocampo, S. (1995) Antología de la literatura fantástica. 441 p. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • Carlino, P. (2005) Escribir, leer y aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. 185 p. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Carlino, P. (2013) “Alfabetización académica diez años después” Vol. 18, Nro. 57, pp. 355-381 (ISSN: 14056666) CDMX: Revista Mexicana de Investigación Educativa.
  • Cisneros Estupiñán, M. (2014) Perspectivas y prospectiva en los estudios sobre lectura y escritura. 186 p. Pereira: Universidad Tecnológica de Pereira.
  • Córdova, A. antologador (2017) La hoguera de bronce. Historias de bosques y selvas. 166 p. CDMX: Secretaría de Cultura. Dirección General de Publicaciones.
  • Devetach, L. (2008) La construcción del camino lector. 148 p. Córdoba: Comunicarte.
  • Grossman, D. (2010) Escribir en la oscuridad.139 p. CDMX: Random House Mondadori.
  • Hustvedt, S. (2017) “Zonas fronterizas: aventuras en primera, segunda y tercera personas en la encrucijada de disciplinas” en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia. 448 p. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Seix Barral.
  • Lispector, C. (2008) Agua viva. 100 p. Madrid: Siruela
  • Navarro, F. y Brown, A. (2014) “Lectura y escritura de géneros académicos. Conceptos básicos” en Manual de escritura para carreras de humanidades. pp. 55-100. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras.
  • Szymborska, W. (2014) El gran número. Fin y principio y otros poemas. 198 p. Madrid: poesía Hyperión.
  • Zaid, G. (2012) Leer. 259 p. CDMX: Océano. Travesía.

Entrada No. 217.
Autora: Paula Bombara. Autor de intro: Adolfo Córdova.
Ilustración de portada: Maurits Cornelis Escher

Fecha original de publicación: 9 de junio de 2021.

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