Fin de semana en la ex-ESMA, junto a unos treinta familiares tan afortunados como yo. Nucleados en la nueva casa del Equipo Argentino de Antropología Forense, para pintar un mural que custodie/proteja/guarde el banco de sangre.
Con nuestra coordinadora, Claudia Bernardi, pensamos, dibujamos en tiza, reforzamos en marrón clarito y luego pintamos, pintamos y pintamos, 8 horas el sábado y otro tanto hoy. Paramos apenas un ratito para almorzar. Terminamos, aplaudimos y luego hablamos sobre el recorrido del mural.
El resultado es una secuencia de emociones increíble, colorida, significativa, plurimetafórica que nos representa a todos y a todas.
Árbol de vivencias-laberinto-rompecabezas-historias-rayos y estrellas-abrazos-identidad-justicia social y otro árbol, de sueños y de vida, mucha vida nueva.
Ya subiré imágenes (pintar, pintar y pintar implica no fotografiar, je, pero hay quienes me prometieron fotos dentro de unos días).
Además de la gran experiencia de pintar mi primer mural, compartí historias, turrones, sonrisas, decisiones, berenjenas en escabeche, ideas y tanto más con personas que disfruté conocer, a las que me siento unida por la vivencia profundísima de recuperar los restos de nuestros padres, madres, tíos, tías, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas. Gracias Amalia, Camila, Estela, Alicia, Federico, Manuel, Andrea, Ivana, Munú, Rocío, Galatea, Gustavo, Eva, Pilar, Ana, María, Juan, Clarisa, Soledad y tantos otros y otras cuyos nombres se me cruzan con formas y tonos del mural.
Soledad me puso un apodo: “transition woman” porque, -oh, qué cosa- a todos les gustaba mi modo de conectar colores y formas difíciles de unir. Hice enredaderas, flores, aguas, entramados de pinceladas y, junto a varias compañeras, un hermoso, hermoso, hermoso árbol de la vida.
No me di cuenta del paso del tiempo hasta que Claudia dijo que en 20 minutos había que resolver lo poquito que faltaba.
Lo logramos. Lo hicimos.