Ponencias

Esto es lo que leí en el 16° Foro de la Fundación Mempo Giardinelli

18 de agosto. Mesa: Ampliación del Canon de Lecturas de los Jóvenes Argentinos.

Sobre sierras, mares y otros paisajes literarios en nuestros jóvenes

Paula Bombara
1. Paisajes
Dice Michèle Petit en su libro Una infancia en el país de los libros:
“El imaginario que construí en la infancia había caducado. Ahora debía habitar el mundo de otro modo e ignoraba cómo hacerlo”.(1)
Tomo esta cita para comenzar a pensar por qué elijo que mis historias se publiquen dentro de colecciones juveniles. Las razones que encuentro, como suele suceder, tienen que ver con las circunstancias en las que se dio la escritura de este texto: empecé a bocetarlo mientras vacacionaba en el valle de Punilla, en Córdoba. En esos días también leí el libro de Petit de donde extraje la cita del comienzo.
Entre los lugares que visité estuvieron Los Terrones, esas formaciones rocosas que se encuentran detrás del cerro Uritorco, a pocos kilómetros de Capilla del Monte.
Ustedes saben: mientras en el exterior de uno mismo suceden cosas como escalar por la ladera de una sierra, en el interior sigue fluyendo el paisaje que nos domina siempre o casi siempre, ese sitio imaginario donde nos recluimos a leer, a escribir, a pensar en lo que leímos o en lo que escribimos, ése, donde comenzamos a conversar con los escritores y/o con los personajes, propios y ajenos.
En mi caso, es un lugar donde suele haber un mar en el horizonte cercano, un gato al alcance de la caricia y un cielo despejado que amanece o anochece.
Con ese paisaje dominante pensaba en que tenía que escribir esta ponencia, en que mis hijos no se cayeran por el acantilado, en no tropezar yo misma y miraba, absorbía, respiraba, exploraba Los Terrones. Y todo confluyó cuando el guía (porque además le prestaba atención al guía) contó que estas eran formaciones originadas hace unos 300 millones de años en el llano, y que fue millones de años más tarde, durante el pleistoceno, cuando se elevaron 1400 metros sobre el nivel del mar. Imaginen la violencia de ese momento. Largos años acostumbrados a un paisaje y de pronto… El ruido de la tierra quebrándose, elevándose. El silencio posterior. El cambio en el paisaje si lo miramos desde afuera. El cambio de perspectiva si lo miramos desde adentro.
Así sentí yo la entrada a la adolescencia, las modificaciones de mi cuerpo, de mis relaciones con los otros, el mirar desde nuevas perspectivas. Y parece que no fui la única. Las palabras de Petit que elegí para comenzar volvieron a mí resonando entre el viento junto a otro fragmento donde afirma:
“Toda mi vida leí por curiosidad insaciable, para leerme a mí misma, para poner palabras sobre mis deseos, heridas o miedos; para transfigurar mis penas, construir un poco de sentido, salvar el pellejo”.(2)
2. Los senderos hacia la ficción
Escribo sobre universos jóvenes porque creo que aún me siento allí, en esos momentos en que las perspectivas cambian, reelaborando una y otra vez mis duelos personales. En estos universos imaginarios que se me imponen, protagonizados por jóvenes, y decido presentar, mi búsqueda da vueltas alrededor de temas que me perturban: la muerte, los imprevistos, la justicia, el amor. Temas grandes. Señores temas que de pequeña fueron montañas más altas que el Everest y que en la adolescencia comencé a escalar, a ver desde nuevas alturas. Ya no eran inabordables, incuestionables. Eran el Impenetrable antes de las laceraciones y ¿por qué tanto miedo a recorrer esos senderos?
Esos senderos, que suben, bajan, pinchan, provocan tropezones, son los que trato de atravesar junto a mis personajes. ¿Para qué? Para entender quien soy ante cada circunstancia, para darme una respuesta que surja de mis paisajes, de todos ellos, que se están modificando permanentemente, que siempre empujan a ir un poco más allá, más profundo, más adentro.
Los jóvenes tienen esa actitud de conquista que les permite recorrer las líneas de letras sin miedo a que modifiquen sus paisajes interiores. Aquellos que leen, lo hacen con voracidad, buscando algo desordenadamente, arremolinando libros a su alrededor, leyendo de a partes, escribiendo el nombre de su deseo en los márgenes. Me encanta eso. Me encanta ver leer a los y las adolescentes, ver su quietud aparente en la playa, en el colectivo, en un umbral y saber que por dentro son un volcán activo. Están ávidos por conocerse, por encajar en alguna parte del mundo social, por tomar un machete y penetrar en la selva. Por eso los prefiero, me gusta imaginar que alguna de mis historias los va acompañando en ese tránsito.
3. Las reglas de la jungla
Las lecturas de nuestros niños, de nuestros jóvenes, nuestra, de nuestros pares y de nuestros viejos siempre están dentro de una circunstancia de vida. Es lo que nos rodea, lo que nos pasa, lo que nos empuja a uno u otro libro. Son los deseos los que nos mueven. Aunque más no sea el deseo de cumplir con las expectativas de otros. Los cánones (me permito la deformación del sustantivo colectivo) son múltiples; algunos, escritos en tinta indeleble, difíciles de cuestionar, grandes montañas, y otros, que fluyen casi invisibles, polvo que nos molesta en los ojos, que nos hacen demorar y nos perturban. Armamos listados de obras a leer todo el tiempo, siempre abiertas, siempre cambiantes, siempre incompletas. Por eso me parece muy apropiado estar pensando en ampliar el canon de lecturas recomendadas. Estos listados nunca deberían ser apagadores de deseo. Pero aquí es pertinente otra reflexión. Una que me acerca Laura Escudero desde su trabajo ¿Cómo deciden los profesores qué repertorio de obras literarias ofrecer a sus alumnos?:
“¿Es lo mismo el deseo de leer que el acto de leer? ¿Puede sembrar el deseo de leer quien no lo conoce, quien no posee deseo de leer? (…) para incluirse en el mundo de la lectura, para ser lector, un “otro amable”, o una “serie de otros amables” tienen que compartir su mirada de deseo sobre el libro. Empapar al objeto libro de sentido desde el propio deseo. El objeto desprovisto de esa cobertura de sentido deseante no tiene vida. No se recorta entre las innumerables cosas que existen en el mundo.” (3)
¿Es muy salvaje proponer que cada docente se arme su propio canon, atendiendo las características de cada grupo? Ya lo sabemos: los jóvenes no se guían por lo que oyen, por lo que les llega como norma, se guían según cómo actuamos los adultos, por lo que sienten en sus cuerpos, por lo que los lleva a sitios desafiantes. Y los mediadores contamos -o deberíamos contar- con un recorrido lector basto y diverso que nos habilita a desafiarlos. A veces tenderemos puentes; otras, aerosillas, ganchos de alpinismo, canoas o, por qué no, nos lanzaremos con ellos a volar en parapente.
Las lecturas, en esta selva que somos como sociedad, deberían ser lianas que nos conecten con ellos y con ellas, que dejen que los jóvenes nos interpelen, que podamos recomendar desde nuestra experiencia pero también aceptar recomendaciones de ellos y luego debatirlas. El ser que media entre los libros y los jóvenes no puede estar menos comprometido en sus deseos que ellos y ellas. Los libros en sí deberían ser el desafío tanto del mediador como del lector.
4. Los desiertos
Son paisajes que marcan carencias, soledades, curvaturas. Los desiertos donde en lugar de arena, hay letras son, sin embargo, terrenos fértiles. Allí podemos formarnos, relajarnos, construir nuestros oasis. Un listado de libros no deseados puede ser un desierto, pero si lo rodeamos del encanto de los tuaregs, atravesarlo puede ser transformador. Recuerdo mi cuarto año de secundaria: literatura de oro española. Docente mujer, de unos cincuenta y tantos años, apasionada por ese siglo, bella, pero gélida y distante. Recuerdo que hacia la primavera nos tomó un oral sobre los versos de Fray Luis de León. Creo que si me acuerdo del nombre de este poeta fue por el pánico que me provocaba dar esa prueba oral. ¿Y si me preguntaba si me habían gustado los versos? ¿Había sitio para una respuesta diferente a “sí”? No disfruté nada de la literatura de cuarto año. Pero en las vacaciones agarré de nuevo el Quijote porque una pregunta me había quedado sembrada por esa profesora: ¿Por qué dijo que era la mejor novela de la historia de la literatura? No me lo pareció mientras analizaba la obra, sin embargo la experiencia fue totalmente distinta cuando la leí en mi oasis. Seguí pensando que rotular a una novela de “la mejor” era algo subjetivo. La mejor para ella, en todo caso. Pero, de alguna manera, distante, desértica, esa profesora logró modificar mi paisaje. Ella amaba esos textos. Eso fue lo que prevaleció cuando me vi liberada de la presión de aprobar la materia.
5. La conquista del paisaje propio
Los libros, en algunos hogares, siguen ocupando un espacio mucho después de que dejamos de estar presentes en la vida de los jóvenes. No sabemos cuándo se decidirán a tomarlos. María Teresa Andruetto me apunta desde su trabajo Algunas cuestiones en torno al canon:
“Sucede con algunos libros: abren en nosotros una grieta que no nos permite olvidarlos. No se trata exactamente de los mejores libros, sino de aquellos que nos disparan una flecha que, como el amor, como el amado, no flecha a todos por igual. No atesoramos el libro mejor escrito sino aquél que, poseedor de un punctum que lo aloja en nuestra memoria, sigue preguntándonos acerca de nosotros mismos.” (4)
En nuestra formación como lectores me parece fundamental contar con ese otro amable, como dice Escudero. Ese lector que nos invita al texto con su gesto corporal. Luego, nuestra experiencia, nuestro recorrido dentro del libro puede ser radicalmente diferente al de aquel que nos lo propuso, pero ese ya es otro tema.
Siguiendo este razonamiento, no me es posible hacer recomendaciones que no tengan que ver con mi subjetividad. Tampoco tengo recetas o consejos para atraer la mirada de un joven. No escribo contando con que los lectores se acercarán a lo que produzco. Cuento con que libros de otros autores me ayudarán a llegar a algún paisaje nuevo dentro de mí.
Graciela Montes afirma desde El espacio social de la lectura :
“Si en medio de las solicitaciones, del bombardeo de mensajes, de la fragmentación casi intolerable, de la falsa variedad, de la profusión globalizada, hay quien todavía elige, se demora, quita escoria, busca sentido y construye su relato, hay lectura. Si todo se vuelve manso surfeo y obediente consumo, la lectura -obligadamente- desaparece. No quedaría sitio para ella, que ha sido siempre, por definición, orgullosa, algo feroz, desobediente”. (5)
Así también son los jóvenes: orgullosos, algo feroces, desobedientes. En cierta manera exigen explorar solos esas selvas, esos desiertos, esas sierras y esos mares que los revolucionan por dentro y por fuera, quieren escalar sus montañas y mirarnos desde allí. Deben contar con cánones siempre abiertos, siempre incompletos, siempre dispuestos a albergar algo que ellos aporten, que tengan en cuenta que el recorrido lector que elige cada uno siempre tiene que ver con su interioridad, con su vida y con su deseo.
Notas
1- Petit, Michèle. Una infancia en el país de los libros, Barcelona, Editorial Oceáno, 2008.
2- Petit, Michèle. Op. Cit.
3- Escudero, Laura. ¿Cómo deciden los profesores qué repertorio de obras literarias ofrecer a sus alumnos?, Universidad de Castilla La Mancha. CEPLI: Facultad de Educación y Humanidades. III Master de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil, 2009.
4- Andruetto, María Teresa. Algunas cuestiones en torno al canon, en Hacia una literatura sin adjetivos, Córdoba, Editorial Comunicarte, 2009.
5- Montes, Graciela. El espacio social de la lectura, en La literatura infantil. Creación, censura y resistencia. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003.