Yo tengo un refugio.
Parece frágil: es de papel y memoria.
Pero, en realidad, no creo que exista material más resistente que la literatura adherida con recuerdos.
Como las estructuras de una crisálida, las historias propias y ajenas se encolumnan, se aparean y emparedan, fundiéndose por la fría biología del ser, permitiendo toda clase de transformaciones.
Yo tengo ese refugio.
Ahí dentro el tiempo se desencadena de la realidad de los minutos, se sueltan los eslabones que nos inmunizan al rotundo paso de las horas.
Dura el amor, se eterniza el deseo, los párpados demoran cuanto quiera en abrirse porque el instante es des-medido. Tiempo sentido, vivido.
Yo tengo EL refugio.
El que es justo para mí porque se ajusta a mi cuerpo, se estira con mi cuerpo, se compacta en mi cuerpo. Aterciopela mi piel o la llena de espinas, a mi voluntad. Deja entrar a otros o los repele, a mi voluntad.
No es armadura porque no me endurece, me sensibiliza al asombro de la vida y sus afectos. Sin embargo, a la vez, arma y dura, compone, reacomoda.
Papel saliva soporte digital lágrima tinta sudor electricidad sangre.
Memoria escrita, pensada, leída.
Mezcla de neuroquímica y poesía.