Desde mi cristal

Del tiempo y sus formas

Hojeando mi cuaderno de trabajo en busca de un pensamiento, encontré una confesión que hoy recupero:

Primavera de 2016. Hace más de una semana, en el encuentro anual de Educación, Arte y LIJ que organiza Santillana, Natalia Porta López abrió el diálogo preguntándonos a Inés Garland y a mí qué pensábamos sobre los temas difíciles en la LIJ.

Me tocó comenzar y le respondí que para mí no existen. Que, en todo caso, lo que existe es una dificultad para hablarlos, contarlos. Y que eso se supera. Que la frase hecha “son temas difíciles” me sonaba más a excusa para no correr riesgos, tanto en el momento de escribir como en el momento de leer a otros.

Desde el lugar de quien escribe, el gran riesgo de creer que existen temas difíciles es que esa creencia nos mesure, nos acorrale, nos haga escribir con aprehensión.

Respondí con demasiada seguridad.

Pasan los días y continúo pensando en eso, lo que me demuestra que la pregunta de Natalia quedó reverberando. Creo que no lo tengo tan claro en realidad.

Veo con más nitidez el temor que la frase impone y eso me provoca rechazo.

Inés respondió que ella sí reconocía la existencia de temas más difíciles que otros a la hora de sentarse a escribir. Y tiene razón. Las dificultades existen. Del mismo modo que existe la bruma, el pantano o la montaña. A veces hay que andar por ahí.

Sigo pensando que Inés tiene razón. Hay temas más difíciles de transitar que otros. En estos años he caminado por varios senderos complicados. En algunos casos con menos suerte y en otros, con más. Pero debo reconocer que lo difícil me seduce enormemente y lo encaro con el entusiasmo con que desparramo las miles de piezas de mis rompecabezas. Es cuestión de tiempo y de paciencia.

Lo imposible solo tarda un poco más.

Cuando armamos un rompecabezas suelo pedir que me dejen el cielo o, en su defecto, alguna superficie que sea toda del mismo color. Me encanta ir descubriendo, hora a hora, los sutiles cambios que el ojo va detectando. También me gusta ese momento en que la oscuridad pasa a ser penumbra, esos instantes en que es tan real el proceso de adaptación. La vista se afila. Me pasa parecido con el olfato y con la audición. Detenerme hasta que puedo diferenciar sonidos o aromas que, en la primera impresión, son confusos.

La escritura tiene mucho que ver con ese demorarse, para mí; con ese andar con los sentidos afilados. Me gusta cómo lo dice Marguerite Duras en el libro Escribir. Citaría ese escrito frase a frase pero aquí elijo esta: “Un libro abierto también es la noche”. La noche y su particular modo de alojarse en quien escribe. La noche no es otra cosa que la vida cuando el sol está en otra parte.

La dificultad, en su definición, encierra una variable que marca a nuestra sociedad: la urgencia.

Fíjense en el diccionario de la RAE: en la primera acepción dice “Embarazo, inconveniente, oposición o contrariedad que impide conseguir, ejecutar o entender algo bien y pronto”.

Bien y pronto. Ese “pronto”, ¿para quién es importante?

Me llevo mal con los tiempos apurados. Me gusta tomar desvíos, que aparezcan entre frase y frase lecturas, divergencias. Ir y venir, pensar que estoy siguiendo un rastro para luego darme cuenta de que era para el otro lado. Que el tiempo sea una búsqueda que genere ambigüedades, que me ponga en jaque, que me lleve más allá de lo que sé de mí y de mi relación con lxs otrxs. Si tengo que estudiar, estudio. Si tengo que salir a entrevistar gente, lo hago. Si tengo que recluirme, también. Manda eso oscuro que se desenvuelve en la escritura. No juzgarme, no autocensurarme a la hora de escribir y de gozar con mi rompecabezas.

Quizá no sea posible dejar de lado la variable del tiempo al pensar en la mediación de la lectura. Hay factores que, en la dinámica de los encuentros, cambian la ecuación. No soy mediadora ni docente. Hay mucho que ignoro sobre estos trabajos como para transmitir certezas. Pero sí puedo valerme de lo que observo en las conversaciones con lectores para preguntarme si en ese detener el tiempo por una hora y tomar riesgos para conversar sobre las dificultades -casi siempre emocionales- a la hora de leer tal o cual libro, no se gana una profundidad realmente valiosa en el camino lector de cualquiera.