Ponencias

Lo que leí en la inauguración de la IV Feria del Libro de la escuela de gestión social Creciendo Juntos, partido de Moreno, Pcia. de Buenos Aires

Buenos días. Comienzo agradeciendo la invitación a compartir este momento tan especial: la inauguración de esta feria que tanto bien le hace a esta comunidad. Y quiero dedicar estos momentos a reflexionar acerca de una idea sobre la que vuelvo una y otra vez: la construcción de un camino lector. Ir hacia donde cada uno, cada una, quiera ir.

Recibí este concepto de una de mis escritoras faro, la querida, enorme y preciosa Laura Devetach. Ella dice que el camino lector personal no es un sendero de acumulaciones ni es un camino recto. Afirma que es un entramado de textos que vamos guardando, con los que vamos dialogando y armando una trama propia, única.

A la luz de las palabras de Laura, quiero invitarles a revisitar sus infancias y a que recuperen el momento en que estuvieron en contacto con un libro por primera vez.

No les pregunto sobre la primera vez que les contaron una historia porque el lenguaje narrativo es parte de nuestra identidad. ¿Cómo es esto? Al nacer ya estamos investidos por un puñado de relatos, esos que nos preceden, que tienen que ver con cómo el mundo adulto se prepara para recibirnos. Relatos familiares sobre el origen de nuestro nombre, sobre las manchas de nacimiento, sobre las circunstancias del embarazo, cuentos sobre dónde estaba cada familiar en el momento del parto. Melodías, emociones, en fin, que nos dejan huellas indelebles y buscamos escuchar una y otra vez durante nuestra infancia para reafirmarnos como parte de una familia, como parte de un pueblo, como parte de una sociedad.

Pasa que, poco a poco, en nuestros primeros años, a esa avidez por los relatos familiares y las historias propias, se le suma la que sentimos hacia el mundo que nos rodea. Cuando aprendemos a hablar también aprendemos a cantar, y con los cantos llegan historias de otros lugares.

Una niña ciega me dijo una vez que el mundo era tan grande como la extensión de sus brazos abiertos, y que, si alguien la tomaba de la mano y giraba con ella, si alguien le narraba con detalle todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, el mundo, de pronto, se hacía muchísimo, pero muchísimo más grande. La lectura es una conversación que nos toma de la mano, que nos amplía el mundo.

Vuelvo a sus recuerdos. ¿Encontraron ese momento? Imagino que puede resultarles esquivo. Tal vez, irrecuperable. ¿Fue en sus primeros años? ¿Ya estaban en primer grado? ¿Llegó de la mano de una maestra? ¿De una bibliotecaria? ¿Fue una revista de historietas, tal vez?

En mi caso, como provengo de una familia lectora, los libros estuvieron siempre. No tengo recuerdo de esa primera vez del mismo modo que no tengo recuerdo de mi primera comida. Somos personas privilegiadas quienes crecimos, quienes crecemos, cerca de bibliotecas abiertas, que daban, que dan, permiso para hacer con los libros refugios, casas, tablas de flotación, escaleras, universos. Que daban permiso, que dan, para encontrar libros osados, llenos de escenas y de frases que una niña, se suponía, no debía leer. Esos eran los libros que, por no terminar nunca de entenderlos, me llevaban a investigar otros, a releer una y otra vez, hasta no poder evitarlo y preguntar… para recibir como respuesta nuevas lecturas, explicaciones científicas, silencios que nunca fueron reto sino desafío.

Busquen en la memoria. Lleguen hasta las niñas, los niños que fueron. ¿Estaban en soledad cuando hojearon su primer libro? ¿Estaban con alguien? ¿Alguien que les leía?, ¿que les leía amorosamente? ¿Por las noches, antes de dormir? ¿O tomaron un libro de una biblioteca, de una mesa, de un kiosco de revistas, de un stand de una Feria del Libro, de cualquier lado, sin saber, tal vez qué decía, por curiosidad natural, salvaje? ¿Acaso hojearon el primer libro de prestado, de reojo? ¿Tal vez desafiando una autoridad, alguna prohibición?

La literatura amplia nuestro mundo. También la ciencia. Cada historia, cada relato, cada libro es una conversación con alguien que nos toma de la mano y nos plantea circunstancias que nos llevan más allá. A paisajes inesperados. A territorios que no sabíamos que queríamos conocer. La literatura genera titubeos, preguntas, ganas. También la ciencia. Y con cada momento de inestabilidad, con cada cuestión, con cada deseo, con cada angustia lectora, con cada palabra nueva que nos presentan, con cada experimento, con cada frase escrita para enamorar, la literatura y la ciencia no solo nos conectan con otras personas, también nos conectan con nuestra propia intimidad, con ese espacio interior infinito que nos hace ser quienes somos.

¿Recuperaron el recuerdo de ese primer contacto con un libro?

Si lo hicieron, dudo que hayan recordado un libro escrito para adultos. Lo más probable es que les haya venido a la mente algún cuento clásico –¿Caperucita? ¿Alicia? ¿Cenicienta? ¿Pinocho? ¿El Lobizón? ¿Sherlock Holmes? ¿La Difunta Correa?–,  o alguna historia escrita por alguien que ni siquiera recuerdan cómo se llama. ¿El cuento del elefante que hizo huelga, el del brujito de Gulubú, uno de piratas, uno en el que había una familia unida por unas sogas, el del patito, el de la nena que aprendió a andar sin rueditas? No sé, pero había elefantes.

Es muy difícil sopesar la importancia de las primeras lecturas. ¿Seguimos leyendo gracias a lo que esas primeras experiencias nos provocaron? ¿O el impulso lector se relaciona más con el vínculo afectivo que establecemos con quien nos introduce a la lectura? Son preguntas que mantengo abiertas pues creo que dependen de cada historia. En la mía, sé que fueron fundamentales ciertos cuentos de María Elena Walsh, como La Plapla, y de Graciela Montes, como Así nació Nicolodo, para cimentar mi relación con los libros. También sé que fue mi madre quien se ocupó de poblar los estantes de mi biblioteca con literatura desafiante. ¿Cómo fue en la infancia de cada una, de cada uno de ustedes?

Creo fundamental la lectura compartida durante la primera infancia para afirmar la identidad y fortalecer la voz propia. Creo fundamental mantener a nuestras infancias cerca de bibliotecas y de personas adultas que sepan tomar los desafíos que abren las lecturas complejas. No perdamos de vista que en cuanto comenzamos a crecer, ese lenguaje que proviene del mundo que nos acoge y ese otro, interno, personal, van entrelazándose. Si hay violencia, si hay malos tratos, se internalizarán de un modo; si hay afecto y confianza, obviamente, de otro. La lectura compartida siempre es un gesto de ternura.

Y es ternura lo que nos falta a la población adulta, y es ternura la que nuestras chicas y chicos siempre tienen entre los brazos para darnos. Aprovechemos esa realidad sencilla y preciosa: hagamos de cada conversación compartida, de cada encuentro alrededor de un libro, una ocasión para fortalecer nuestra ternura. Aprendamos de quienes más saben, de quienes resisten con sus ganas de jugar, de divertirse, de no seguir las reglas que la sociedad impone. Saquémonos un rato el reloj y escuchémosles, inventemos palabras con nuestras chicos, nuestras chicas, nuestres chiques. Aceptemos la invitación a sus mundos y construyamos para ellas, ellos, elles, un lugar mejor. Se lo merecen.