Desde mi cristal

Todo me importa un gato. Gollum 1999-2015

Nunca me rasguñó un libro.
Nunca marcó territorio en mis bibliotecas.
Se sentaba sobre las hojas impresas de mis cosas cuando corregía y también sobre mis cuadernos si estaba escribiendo a mano.
Pero no sobre los libros.

Diferenciaba el leer del escribir en lo que a mis señales corporales refería.
Leer y escribir son actividades diferentes, también para un gato.
Ver películas era una gran oportunidad de caricias. 100% de chances de mimos.
Rompió pocas plantas pero tenía debilidad por algunas y había que chistarle para que se alejara de ellas, masticaba yuyos.

Gollum fue el más longevo de mis gatos.
Llegó a nosotros con sus treinta días, su maullido conmovedor de cachorro y sus garras de aguja. Cada vez que pudimos, dormimos juntos la siesta.
Nos bancó todo. Viajes, hijos, mudanzas, sillones retapizados, albañiles, cumpleaños, manías, hasta gatita que vivió poco nos bancó.
Ayer, quince años y medio después de su llegada, decidimos sacrificarlo porque desde los últimos días del año pasado se le iba paralizando el cuerpo. Algo neurológico, algo de la vejez de los gatos.

No nos recibió su maullido cuando entramos y fue tan raro. Traíamos su cuerpo en los brazos y aún así ambos esperamos el saludo.
Es que siempre saludaba al escuchar la llave. De joven se iba hasta la puerta cuando Lolo o yo llegábamos. Y ahí nos maullaba su hola.
Era un gato arisco. Sólo Lolo y yo lo podíamos acariciar, aupar, mimar. A todos los demás los agreteaba, fuera adulto o niño. Cuando llegó el primer bebé lo pusimos desnudo a su altura para que lo oliera y se diera cuenta que era nuestro. Igual lo marcó un día, cuando el bebé se le acercó a toda velocidad gateando. Gato y bebé se asustaron. Gato rasguñó, bebé aulló. Con la segunda hicimos lo mismo y ya no la marcó. Pero estaba claro quien era el mayor en la casa.
No sabemos bien cómo es vivir juntos sin un gato.
Y sabemos que no podremos tener otra mascota por un buen tiempo porque Gollum necesita ocupar su lugar de recuerdo en nosotros. Ni los chicos pidieron que viniera un cachorro.
Anoche esperaba escuchar el sonido del alimento cayendo en su plato, una tarea que Lolo hace desde siempre antes de apagar la luz para irse a dormir.
Hoy me levanté y nadie maulló. Los cuatro nos levantamos más temprano. Ninguno dijo nada y sin embargo.
Cuando enterramos a la Mimi Lolo hizo el pozo y yo miré. Pusimos una planta. Fue en lo de mis suegros.
Ayer el pozo lo hicimos juntos. En casa. Yo puse el cuerpo enroscado y suave de Gollum en el fondo. Lo cubrimos de tierra, de mucha tierra porque el pozo era profundo, y esa visión de las cuatro manos entrando y saliendo de la tierra, borrosa por los ojos mojados, me hizo pensar en cuántas formas tiene el amor.