Ponencias

Esto es lo que leí en el Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba el 7 de agosto de 2015

Quiero hablar de la incertidumbre.
Lo incierto.
Lo que nadie puede asegurarnos. Lo que “no se sabe”.
Porque además de memoria siempreviva, marcas identitarias y necesidad de justicia, nuestra vida de familiares de desaparecidos queda marcada por la incertidumbre.
Todo aquel que ha sido herido emocionalmente en los primeros años de vida me entenderá perfectamente. Se les miente mucho a los niños. Se les oculta y no se les escucha. Aún con las mejores intenciones, cuando un adulto oculta la verdad, siembra en el niño una interrogación.
La pregunta va creciendo a modo de enredadera por el cuerpo. ¿Cuál pregunta? La que está detrás de todas, la que nos define, la que nos planta en la vida. Adherida a la piel, la incertidumbre se funde en la piel. Toma forma en las manos y en los ojos.
Tanta es la pregunta que no puede ser dicha. Habitamos nuestra profunda incertidumbre. No hablamos de ella. El silencio dice más.
Comenzamos a creernos historias que nos permiten rellenar “lo que no se sabe”. Esa ríspida blancura va llenándose de signos. ¿Cómo se fue? ¿Qué pensó en tal momento? ¿Qué le hicieron? ¿Y yo? ¿Qué hicieron conmigo? ¿Dónde quedé situada yo en el recuerdo?
Dice el protagonista de Clarice Lispector en Un soplo de vida: “para escribir tengo que colocarme en el vacío. Es en este vacío que existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que le tiene miedo a la trampa de las palabras: las palabras que digo esconden otras -¿cuáles? Quizás las diga. Escribir es una piedra lanzada en el pozo hondo.”
Si, me digo. Es en lo incierto cuando me siento más cerca de quien yo soy.
Somos cuando nos atrevemos a mirarnos en ese vacío.
Somos cuando hacemos aquello que tomó forma de piedra lanzada.
Somos plenamente esas pocas veces en que logramos mirar tan lejos y tan dentro de nosotros.
El resto del tiempo la memoria abriga, como una manta cosida entre tantas manos y tantas voces, un tejido de hilos rotos y anudados, cúmulo de arrullos, anécdotas, recuerdos vueltos a anudar tanto como haga falta para cubrir la piel que pregunta, el cuerpo asomado al vacío.
La memoria siempre está viva y tibia, los relatos abrazan y contienen, se trate de historias vividas, escuchadas, inventadas, observadas. En su refugio, en su sujetarnos, nos preparamos para cuando llegue otra vez el momento de lanzar la piedra al pozo.
Y esa piedra, ese escribir que intenta comprender y responder aquello que nos inquieta y perturba, no se siente mentira. De hecho, esa búsqueda vacilante es lo que le da sentido a todo lo que no encuentra sitio dentro de una.
Escribir (en mi caso es escribir, en otros será esculpir, componer, cocinar, pintar) permite hilar una cuerda que luego se sumará a lo recordado pero que, mientras es presente, nos permite sujetarnos a la palabra y asomarnos al vacío, ir descendiendo por ahí, vivir lo oscuro, lo monstruoso, lo salvaje, lo bello, lo indecible, y volver.
Termino con la palabra de Helene Cixous: “Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo. Para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada hubiera pasado.”