Entrevistas

Entrevista a la escritora Paula Bombara: “La palabra es el modo de contactar con la sensibilidad de otro”

Por Martín Tesouro.
Por decisión de la entrevistada, el artículo contiene lenguaje inclusivo.

Paula Bombara, nacida en Bahía Blanca, Buenos Aires, es una de las figuras más importantes de la literatura juvenil. Escritora, bioquímica y comunicadora científica. Su obra tiene la poderosa virtud de elegir la belleza para comunicar esos sentimientos que con facilidad se hacen piedra. Autora de obras leídas en toda Hispanoamérica, El mar y la serpiente, La chica pájaro, Lo que guarda un caracol; novelas que amalgaman la sensibilidad y la dulzura con una profundidad inmensurable, en constante con la realidad social. En un diálogo alegre con APU abordamos los pormenores de su última novela, La desobediente y visitamos su mundo literario.

AGENCIA PACO URONDO: En su última novela, La desobediente, se puede apreciar un trabajo muy arduo de investigación y creación ¿Cómo vive el momento de gestación de la obra?

Paula Bombara: Lo vivo a full, me dejo tomar por el proceso, invade todo, y eso se transforma en una especie de refugio donde depositar aspectos de la realidad que me molestan, por más que sea una novela de época. La escribí en el 19, no estaba la pandemia todavía, pero sí estaba en el marco de lo que vengo escribiendo desde 2015; la veo muy ligada a La chica pájaro y a La fuerza escondida. Elegir la voz del patriarca, y hacerlo decir cosas con las que yo me peleaba y me peleo fue un proceso en el que liberé preguntas, angustias y broncas.

Disfruté muchísimo hacerla, tuve todo el tiempo que necesité. Le conté la idea a María Fernanda Maquieira, editora de Loqueleo, la misma de Lo que guarda un caracol, novela que también tiene un registro amplio de voces, y ella me dio el sostén anímico que necesitaba. Escribí sabiendo que había una persona que quería recibir esto. Tener ese sostén para dedicarle el tiempo necesario a un proyecto alivia un montón. En el caso de Lo que guarda un caracol fueron más de dos años, en este, un poquito menos. De algún modo, María Fernanda fue como la partera de la novela, Rose.

APU: ¿Hay una instancia individual y otra colectiva?

P.B: Primero necesito un tiempo para investigar, ahí sucede algo en mí. La escritura del primer borrador me lleva a una realidad paralela, en absoluta soledad y concentrada en eso. Le hablo a mi familia de lo que estoy creando como si estuviera pasando. Después viene el trabajo en equipo; dar a leer a tres o cuatro amigues, corregir, y después mandarlo a la editora y empezar el trabajo en equipo para crear el libro. La segunda parte de La desobediente nació en esa retro-alimentación. Había entregado la novela y luego de releerla en equipo decidí que tenía que alargar la segunda parte, que era muy breve. Se me presentó como algo necesario, y tanto María Fernanda como Lucía Aguirre, las dos editoras con las que trabajé, lo entendieron y me esperaron.

APU: En la segunda parte de La desobediente toma la voz Florence, la protagonista, e interpela todo el sistema de valores y deberes de la época. Pareciera que sin intención de confrontar está generando pensamiento.

P.B.: En toda reflexión hay una confrontación y me parece que en ese punto la literatura nos da una gran oportunidad. Nos deja pensando en eso que no se dijo, o se eligió no resolver. Desde el lado de la autoría, cuando no coincido con mis personajes aparecen puntos de confrontación muy fuertes que también plantean cuestiones que yo no tengo resueltas. Y, desde la comunidad lectora, la puesta en común de esos puntos nos hacen crecer simplemente porque nos llevan a conversar. Todo libro está en diálogo con otros libros, con discursos de otros actores sociales, incluso con enunciaciones por decir.

APU: En La chica pájaro, como en La desobediente, hay una presencia amplia de intertextualidades que nos llevan a leer la obra en clave bajtiniana y disfrutar cada uno de esos eslabones que componen la cadena de enunciados. ¿Desborda la literatura juvenil?

P.B.: Ojalá. Haberme formado en ciencias siendo lectora de literatura hace que viva la escritura de una manera muy intertextual. En la literatura entran todas las voces. Me dejo llevar por lo que tengo ganas de hacer, y tal vez eso hace que se vaya notando esa confluencia de saberes en mis personajes y contextos sin que eso signifique abandonar las ganas de que mi destinatario sea un joven. ¿Por qué pensar que un joven no puede abordar todo esto? ¿Por qué la literatura juvenil debe ser más simple? Yo prefiero complejizar para que estos lectores y lectoras que van a discutir esta novela tengan un montón de condimentos; sin subestimar toda la capacidad que hay en la juventud, que cuando deben resolver un problema social, con las pocas herramientas que les adultes les damos, lo resuelven. Entonces ¿cómo no entregarse a les jóvenes con lo mejor que una pueda dar como adulta? Yo les tengo suma admiración. Y confianza también.

APU: ¿Cuáles son los marcos de la literatura juvenil?

P.B.: Escribo sin pensar demasiado en eso. Me doy cuenta si es una idea para contarle a pequeñes pero después, no pienso si hay un límite entre jóvenes y adultes. Me gusta escribir absolutamente fuera de toda frontera, sin que se sepa muy bien dónde ubicar lo que hago. Si me rechazan en una colección juvenil, veré de llevar el proyecto a una editorial para adultos. Me ha pasado que, de una misma obra, me digan en una editorial que es para adultos y en otra, que es para jóvenes (risas). Mi primera elección es llevar lo que escribo a una editorial para jóvenes. El marco es el deseo mío de que sea leído por jóvenes.

En el caso de La chica pájaro, como teníamos ciertas dudas sobre qué iba a pasar en las escuelas con las puteadas, que en esa novela son necesarias y no estaba dispuesta a modificarlas en lo más mínimo, con la editora, Laura Leibiker, se la dimos a leer a un grupo de chicas jóvenes muy lectoras para ver qué pensaban, y confiando en la lectura de esas propias jóvenes Laura confirmó la decisión de publicarla. Y lo hizo sabiendo que la colección Zona Libre se lee mucho en las escuelas y quizás el tema de las puteadas podía ir en contra del interés comercial. Después vimos que no era un problema, que el lenguaje violento se entendía necesario y explicable.

Dada la temática, abordada desde la ESI y con toda la cuestión pedagógica que implica y que es ajena a mí al momento de escribir, se podían formular argumentos que fortalecían las decisiones que yo había tomado desde el quehacer literario. A la hora de escribir La chica pájaro no sabía para que destinatario era, pero quería que estuviera en la misma colección que El mar y la serpiente y que Solo tres segundos. Son novelas que se leen en primarias y en facultades. Nunca pensé que iba a tener lectores de diez años de esas novelas. Con Sólo tres segundos en particular, como habla de la muerte en la juventud, depende mucho de los grupos, de lo que hayan transitado, pero no hay un límite de edad establecido.

APU: En sus obras hay una invitación a la lectura que contradice la era digital, un uso de la puntuación y las mayúsculas que se aprecia con profundidad en la individualidad.

P.B.: En la edición de La chica pájaro y Lo que guarda un caracol le escribí a la correctora de estilo que los errores eran buscados para que no los corrigiera (risas) En el caso de La chica pájaro en la puntuación intenté mostrar la respiración de los personajes. Es una novela que demandó un trabajo poético muy intenso. Para eso hice taller con la poeta Claudia Masin, casi un año, para que todo sonara muy afinado y transmitiera la voz de una persona que no está respirando bien, y ahí apareció la puntuación como un instrumento más para lograr esa musicalidad. Que sonaran tanto la angustia como las puteadas. Me sirvió leer lo que escribía como si fuera Mara, con ese ritmo, que es el ritmo de la carrera, de la agitación; me grabé, me transcribí con la puntuación que yo creía que correspondía y cuando llegó a la editorial, se trabajó y entregó a la corrección de estilo, me devolvieron una versión con todo eso corregido. Me di cuenta de que había algo que no había logrado que se entendiera.

Con Laura Leibiker revisamos los monólogos de Mara nuevamente y quedó claro que es una persona que no respira bien porque no está bien. Y que ese efecto se perdía si la puntación era la correcta. Ahí, la corrección, generaba distancia con el personaje. Fue una anécdota graciosa de la que aprendí mucho. En Lo que guarda un caracol también hice un trabajo para diferenciar bien las voces de cada personaje desde la organización de las frases. Esa vez envié un mail a la correctora de estilo detallando las particularidades en la puntuación, para que contara con esa información antes de ponerse a trabajar. Me resulta una herramienta sumamente poética, y que da una versatilidad muy interesante. En La desobediente, hay ciertas palabras exclusivas para cada voz, pues cada una tiene una personalidad y una tonalidad. Lo mismo en La fuerza escondida, con la presencia del quechua como lengua madre de Juana Azurduy. Me da muchísima libertad de expresión modular la puntuación.

APU: ¿Qué poesía influyó sobre la poética de La chica pájaro? ¿Qué poesía está leyendo?

P.B.: Mientras escribía La chica pájaro, las dos autoras que más leí en esos años fueron Clarice Lispector y Marguerite Duras. La poesía de Claudia Masin fue sumamente importante; en su taller leímos muchas autoras norteamericanas: Mary Oliver, Sharon Olds, Anne Carson, ella me presentó a Yves Bonnefoy. Más allá de esos años, en mi cotidianidad, Duras es una fija, es una prosa poética que me resuena muy querida, me siento cómoda con su manera de contar. Leo mucho a mis referentes más cercanas, María Teresa Andruetto y Liliana Bodoc. La poesía reunida de María Teresa es una joya. También leo a Idea Villarino, a Juarroz, a Escudero… Ojo, hay momentos en los que necesito no leer nada, para recuperar mi propia melodía. Mucha lectura hace que a veces se me confunda un poco, como escuchar músicas encimadas.

Siento que la palabra poética es musical. Compongo desde lo melódico de la voz poética, necesito leer en voz alta lo que escribo, escucharme, tiene que sonar bien a mi oído. Es sumamente musical mi relación con la palabra, aprendí a leer cantando las canciones de María Elena Walsh. Para mí desde el inicio están juntas la palabra poética y la música.

APU: Vemos en sus obras que la palabra es la herramienta de transformación del mundo de los personajes.

P.B.: Para mí la palabra es el modo de contactar con otro, con la sensibilidad de un otro. Nos vamos a la filosofía fenomenológica, a Derrida, a Lévinas. Es muy difícil mantenerse abierta a un otro sosteniéndolo diferente a mí. La escucha, y la palabra poética también, es el lugar en donde mejor me puedo acercar sin anular las diferencias. También me sucede al crear un personaje; en La desobediente, lo que a mí me pasaba al escuchar la voz del patriarca, que es la que elegí como voz narradora principal, era que me generaba una lucha interna entre censurar y respetar la palabra de ese que estaba hablándome. Me costó aceptar que él piensa así, que escribe eso, que hizo lo que hizo, y que yo debía respetarlo si quería escribir La desobediente tal como la imaginaba.

APU: En La desobediente la intertextualidad funciona como invitación y no como barrera ¿Cómo piensa que logró eso?

P.B.: Fue buscando un diálogo con Shelley, con Frankenstein, pero que pudiera ser encastrado como un Tetris. Jugando con el conocimiento popular que tenemos del monstruo. Ojalá después de leer La desobediente te den ganas de ir a leer Frankenstein. La idea es que la novela funcione de un modo independiente, que respete el contexto, el paisaje, el lenguaje, pero que se note que fue escrita en el siglo XXI. Tiendo a escribir de manera muy sintética, entonces también dejé que eso fluyera y muchas veces pensé si estaba reflejando correctamente o no la atmósfera creada originalmente. Creo que se nota que lo escribí yo. Hay un punto de conexión que se me hizo muy fuerte con La fuerza escondida. Mientras analizaba Frankenstein para un proyecto académico, investigaba sobre las batallas de las republiquetas y escribía La fuerza escondida.

Juana Azurduy y Mary Shelley eran de la misma época. De un lado tenía a una mujer que estaba luchando para conseguir la independencia de su pueblo, cargando a sus pibes en medio de la batalla, y del otro lado tenía una piba que estaba luchando por los derechos de la mujer y que estaba soportando que su primera novela fuera publicada de forma anónima. Me parece que La desobediente tiene varios puntos en común con esa otra novela. En ninguna de las dos me parecíó inadecuado respetar la síntesis y otras cuestiones de mi estilo de escritura. Son marcas de que mis novelas son obras de este siglo que conversan con obras de otros tiempos, en esa idea de los libros como conversación. Conversan con otros textos, con otres lectores y, en especial, conversamos con quienes somos, para conocernos mejor.

Leer nota en Agencia Paco Urondo.