Ponencias

Ponencia “El libro: una araña, un insecto y una telaraña”

Presente en el libro “Decir, Existir. Actas del I Congreso Internacional de Literatura para Niños: Producción, Edición y Circulación”. Edición a cargo de Editorial La Bohemia, 2009.

En la naturaleza podemos observar en diferentes ecosistemas, cómo una araña teje su tela y espera, camuflada, que algún insecto desprevenido se pose sobre ella y quede allí, sujeto. Es entonces cuando la araña se acerca, paraliza y envuelve al insecto y regresa a su escondite.

Ya lo comerá, no tiene apuro.

El libro es telaraña pegajosa que, si fue construida con eficiencia, mantiene adheridos a los lectores. El libro también es araña que espera, paciente, a ser abierto, a ser llamado, a salir en busca de aquel desprevenido

que atrapó en su estructura. El libro, finalmente, también es insecto que se adhiere y se entrega para transformarse en nuestro alimento,para nutrirnos de vivencias ajenas, para hacernos crecer.

1. EL LIBRO COMO TELARAÑA

La lectura de ciertos libros nos mantiene alerta. No nos permite relajarnos. Leemos apasionadamente. Hay libros que generan tanta inquietud que estamos como si ingiriéramos en cada párrafo una pequeña cantidad de adrenalina. Esos libros que queremos terminar pero no, porque en el momento en que los cerremos, se cerrará un mundo al cual ya creemos pertenecer y sentiremos la angustia de ser excluidos.

El acceso de los niños y los jóvenes a estos libros/telaraña que adhieren, pero también incomodan, suele estar mediado generalmente por un adulto que también es movilizado por la lectura de los mismos o que, manteniéndose al margen de toda esta magia, sigue lasrecomendaciones de alguna crítica. Esto puede ser un peligro, tanto como lo es un plumero avanzando hacia las esquinas sombrías donde anidan las inofensivas arañas de patas largas. A muchos adultos no les gusta que sus niños, sus jóvenes, reciban esta clase de estímulos, esta clase de conocimiento. Es que el primer efecto que estas lecturas suelen provocar es la pregunta. El ser escritor duda cuando construye, duda y se cuestiona y así teje una red hecha de preguntas que hacen huella en el lector. El lector cierra ese libro que lo ha atrapado y detenido y, al moverse, los interrogantes se disparan, llevando al ser lector a lugares de duda y de reflexión. El lector joven, el lector niño, luego de la lectura vuelve a su mundo, cualquiera sea, con una experiencia más. Lo que le sucedió durante la lectura pertenece a su intimidad, pero está en nosotros, los mediadores adultos, continuar ofreciéndole experiencias, hacer espacio y tiempo para que sucedan. Está en nosotros, responder algunas preguntas o generar otras, intentar que el lector termine de apropiarse de aquello que leyó, que se piense protagonista. Tener a mano otro libro para que continúe explorando, invitar al autor, recorrer la geografía que se cuenta en el libro, contarle qué nos pasó a nosotros adultos cuando lo leímos (y si no lo hicimos, leerlo), para agregar otro hilo a esa telaraña que nace en el libro pero crece en los lectores.

2. EL LIBRO COMO ARAÑA

Los libros no tienen apuro. No tienen nuestra concepción del tiempo. Ellos contienen su propio tiempo y su propio espacio. Pero, como dice Maurice Blanchot en su libro El espacio literario, “la lectura da al libro la

existencia abrupta que la estatua “parece” tener sólo del cincel (…) el libro necesita al lector para convertirse en estatua, necesita al lector para afirmarse como cosa sin autor y también sin lector”. Los libros que no se abren, como las arañas que no se alimentan, mueren en su condición de objeto no tomado, de objeto olvidado.

La iniciativa mundial de liberar libros, nacida en 2001 y conocida como bookcrossing, coincide en pensar los libros como objetos al acecho, comunitarios, al alcance de todos. Alguien verá ese ejemplar colgando de una rama, o abandonado en la tapa de un cesto de basura urbano, o durmiendo en algún asiento del subterráneo y lo abrirá. El libro habrá cumplido su misión y ya no estará en posición de espera. Tal vez, provoque al lector al punto de que lo lleve consigo y lo lea completo. Tal vez la lectura dure el tiempo del viaje en subte. Pero durante ese lapso, el libro se afirmará como objeto independiente de su autor y de su lector. Será ser vivo, liberará su tiempo y su espacio y pasará a su rol de telaraña con mayor o menor suerte, depende de quién, o quienes, hayan caído en su red.

En las Bibliotecas, los libros y quienes los administran esperan. La práctica de leer en bibliotecas no está lo suficientemente publicitada. Y, como sucede con la gran mayoría de las cosas hoy en día, lo que no se ve, pareciera que no existe. Pero las bibliotecas existen. Y están para poner los libros al alcance de todos. Las bibliotecas escolares son más visitadas que las bibliotecas barriales o populares. No todos los colegios tienen una biblioteca y un sistema efectivo de préstamo de libros. La biblioteca es un lugar, dentro de la escuela, donde se aprende sobre el patrimonio compartido de una manera única y singular: el libro de biblioteca es para todos. Hay que cuidarlo para que otros también lo puedan leer, para hacerlo circular. En algunos establecimientos, sin embargo, la visita a biblioteca tiene más que ver con la escucha de cuentos que con la lectura de los mismos. Pero escuchar cómo otro lee, por más talentoso que sea quien lo está haciendo, es una actividad que anima a, pero diferente de leer. Me parece importante y necesario estimular el contacto con los libros y la lectura de los libros de la biblioteca, que los chicos se ejerciten en esto de buscar qué desean leer y hacerlo, llevar el libro a su casa, circularlo, devolverlo.

3. EL LIBRO COMO INSECTO

Los lectores, especialmente los escritores, nos nutrimos con libros. En cada una de nuestras células, viejas proteínas son desarmadas para armar otras nuevas y diferentes. De forma análoga, durante la lectura, los temas, las expresiones de los autores, las estructuras elegidas, los modos de contar, se plantan en nosotros y luego, por un proceso de apropiación y transformación, que espero nunca poder explicarme porque me maravilla, son desarmados para componer otras obras. La literatura crece gracias a las nuevas y múltiples miradas.

Nutrirse de las miradas de otros, de las dudas de otros, de las certezas de otros, genera ese juego de espejos que es el reconocimiento de la propia duda, la propia certeza, la propia mirada. Esto también se da cuando compartimos tiempo y jugosas conversaciones con amigos, con gente que nos interesa escuchar. Por supuesto y por suerte, no sucede sólo mientras leemos. Pero en la lectura se da de una manera particular porque, al ser un ejercicio solitario y con un tiempo propio, nos da la posibilidad de reflexionar sin apuro, de releer para comprender mejor, de contemplarnos y meditar sobre aquello que nos llamó la atención. Por supuesto, la digestión lleva su tiempo.

El libro es alimento y, pensándolo como tal, es esencial para la vida. En la naturaleza, hacerse del alimento es una de las actividades que dominan el día. Los cachorros demandan, observan, aprenden cómo adquirirlo. Comer es todo menos un acto pasivo. Leer es todo menos un acto pasivo.

Pero poner a disposición de nuestros niños el banquete de los libros más sabrosos implica la decisión de incomodarlos que comentaba antes. Es infinitamente más fácil transformar el acto de alimentarse, el acto de leer, en algo pasivo donde los chicos, bien llenitos, no hagan lío. Entonces, a veces, los libros son pisoteados como cucarachas, y los planes de lectura y las recomendaciones de textos nutritivos, caen en cajones/tumbas. ‘Para qué si lo que estos chicos necesitan es tomar leche, comer carne, verduras, huevos. ¿Cuantos kilos de alimento se compran con lo que gastaron en esa biblioteca?’

Si son bien seleccionados, los libros pueden dar sustrato para construir salidas a realidades complicadas; tanto como cualquier otro proyecto relacionado con el arte, el juego o el deporte, pues lo importante de este complemento nutricional que representan dichas actividades es que generan deseo por hacer más que por consumir pasivamente. Laura Devetach proponía incluir libros y cds en el presupuesto de la canasta familiar. Yo adhiero a esa idea y recuerdo que el acceso a estos bienes culturales más complejos es un derecho de niños, niñas y adolescentes presente en la convención internacional de la cual nuestro país es Estado parte.

4. LOS LECTOSISTEMAS

María Moliner define ecosistema como el conjunto de especies vegetales y animales cuya coexistencia e interrelación es fruto de determinado ambiente natural. Y ejemplifica: “si disminuye la superficie de los marismas de Guadalquivir, peligra el ecosistema de la zona”. Por supuesto, la mayor predadora de ecosistemas del Universo conocido, es la especie humana.

Siguiendo con la imagen de la araña, la telaraña y el insecto, en estos tres roles que el libro puede adoptar, hay actores invisibles, hay otros que complementan la acción. Hay un autor y hay decisiones sobre qué contar, cómo, cuándo, dónde; hay un lector y hay elecciones sobre qué leer, cómo, cuándo, dónde. Y siempre hay un lecho social con infinitas variables donde este sistema de autores–libros–lectores intentará desarrollarse.

En el caso particular de los lectores niños, donde el intermediario adulto tiene un rol importante en la composición del sistema, la telaraña ya no será la propuesta por el libro sino la tejida por los lectores. En un aula, veremos al o la docente acompañando a sus alumnos y alumnas por los capítulos de un libro informativo, de una novela o de un cuento que ha seleccionado por algún motivo particular, organizando y proponiendo actividades que, en el mejor de los casos, abrirán el máximo de los espacios de comprensión posibles incluyendo a todos los integrantes del grupo. Cada docente será una araña afortunada, con muchas pequeñas y potenciales arañitas a su alrededor.

Los libros y sus autores serán, claramente, devorados. En otra situación, más hogareña, encontraremos a los padres o adultos responsables leyendo junto a los niños con mayor o menor deseo, a veces obligados por los propios niños que les piden que “lean el cuento como la seño”. O, ya en los jóvenes, desafiantes, diciendo “¿leíste este libro? ¿vos sabías que pasaban estas cosas?”. También la lectura solitaria conforma un lectosistema, tal vez el más esperado pues marca la existencia de un lector que ya no necesitará intermediarios para conseguir y comer el próximo insecto/libro.

Cuando el niño es un ser excluido, cuando trabaja, cuando sus derechos se ven vulnerados por el mundo de los adultos, difícilmente el lectosistema pueda instalarse. Podría decirse que la superficie de esos marismas está muy disminuida. En estos casos, leer un libro puede ser aún más determinante que en otros. Pero es una tarea que no puede realizar un solo docente, una sola comisión directiva, un solo distrito escolar. Es tarea de todos nosotros involucrarnos para que, de a poco, como todo proceso natural, las superficies se vayan recuperando y los lectosistemas vayan encontrando condiciones propicias para su desarrollo.

El ejercicio de leer cualquier libro, como el de andar en bicicleta, requiere de un aprendizaje del disfrute. La primera vez costará que la lectura sea objeto de gozo, se dará porrazos, necesitará de rueditas auxiliares. Luego, si media el acceso a más y más libros, se resolverá el aspecto mecánico de la lectura y comenzará a apreciarse la magia de los libros. En estos casos, la existencia de bibliotecas, donde grandes y chicos pueden practicar leer sin rueditas y comenzar a disfrutar del paseo sin poner un solo peso, podría equilibrar tantas restas.

5. MIRANDO LOS TEJIDOS DE OTROS

¿Qué diferencia al libro de otros objetos de forma y peso similares, como una caja de dvd o un álbum de fotos? La presencia de un autor no, pues la mayoría de los objetos que nos rodean fueron construidos por alguien. El objeto en sí es diferente, pero creo que es la presencia del lector lo que le da, cada vez que el libro es abierto, una resignificación a esa historia que lo espera entre las páginas cerradas. En los libros álbum, la lectura se da doblemente: se leen las imágenes y se lee la historia. Lo mismo sucede en ciertas propuestas del cine, donde está trabajada la imagen desde un lugar desafiante, lleno de contenidos propios que enriquecen el proceso que se da en el espectador. Pero lo que propone el gran mercado de consumo es otra cosa: el mercado impone productos pasteurizados, que adhieren por lo insistente de las publicidades, más que arañas son como virus, que intentan colonizarnos e impedirnos pensar.

Es necesario para la formación de un ciudadano crítico tener en cuenta de que lo que ofrece el gran mercado es una de las miradas posibles y no la única. Frente a la diferencia, niños y niñas dirán “ésa es otra Cenicienta”. Ya pocos recuerdan que la historia de Cenicienta proviene de la tradición oral y cómo era la versión original de ésa y demás historias reinterpretadas por Disney. Y la digestión no pasa sólo por presentarles una y mil veces una imagen que debilita la creada en su imaginario. Lo más grave es cómo se les va extrayendo el jugo a las historias, cómo se las deshidrata. Comer puré es más fácil, pero nuestros niños y nuestros jóvenes ya tienen dientes, mastican y pueden disfrutar de una comida mucho más sabrosa. ¿Por qué restringirles tanto la dieta?

En la lectura se ponen en juego mecanismos diferentes a los que actúan al mirar una buena película o llevar a nuestros niños a ver una gran obra de títeres. Se activan otras zonas cerebrales, se estimulan los sentidos de diferente manera. Es bueno que, en la medida de lo posible, la infancia esté nutrida con toda clase de buenos estímulos que puedan equilibrar tanta oferta de consumo chatarra.

Por otra parte, hay que aceptar que crear un ser lector implica, para el adulto, más tiempo, más gusto por la intimidad, más concentración, más esfuerzo. Mientras los chicos miran tele, los grandes podemos hacer otras cosas. Los dejamos solos pensando que no están solos, que están entretenidos con la televisión. La lectura, en los primeros años de nuestros hijos, requiere de nuestra compañía real, de la interacción, de nuestro tiempo. Si no los alimentamos con esta dedicación, luego no podremos pretender que lean solos y con gusto. Y actuar en consecuencia: si no nos ven leer, a solas con nuestro libro, no les surgirá el deseo de probar qué se siente.

6. LA ARAÑA, LA TELARAÑA Y EL INSECTO: CUANDO TODOS SE JUNTAN

La primera vez que me reuní con lectores de mis libros estaba realmente nerviosa. No hace tanto, fue en 2005, unos meses luego de la salida de “El mar y la serpiente”. La lectura de mi libro había sido peculiar: la directora de la escuela lo había leído en voz alta, micrófono mediante, de la primera página a la última, a todas las secciones de séptimo grado. Yo tenía muchas ganas de unir las partes de este lectosistema particular formado por mí, por El mar y la serpiente y por los chicos y los maestros de séptimo grado de la escuela 20 del 2º distrito de esta ciudad en un espacio real, acotado. Decidimos sentarnos en ronda. Luego de ese intercambio se afirmó en mí la idea de que no somos los autores los protagonistas de los encuentros. No es que no importe quién escribió la historia, cómo lo hizo, dónde, cuándo, si persiguió algún fin escribiendo. Es importante. Pero si la historia toca fibras sensibles en quienes la leen, trascenderá al autor.

En este encuentro, observé que lo que yo había escrito en soledad había dejado de pertenecerme. El lazo entre el libro y cada chico era distinto, la huella que el libro había dejado en la directora de la escuela era distinta, el libro les pertenecía a cada uno de ellos de una forma única. Vi mi historia multiplicada en muchas otras. Cada una era única, a pesar de que repetían palabras escritas por mí.

El libro, al metamorfosearse en araña, en tela, en insecto, provoca un cambio en el lector que lo va llevando a transformarse también.

El autor va perdiendo cuerpo en esa historia y así, se ve liberado para continuar sus búsquedas. Pero el lector, verdadera araña, sólida telaraña y magnífico insecto, es quien da vida a la historia cada vez que elige leerla, es quien gana presencia al comprometerse, es quien utiliza el libro a su antojo para encontrarse y para hacer que los demás se encuentren.

En este evento social transformador que es la lectura, el verdadero protagonista es quien ha elegido poner de sí en las historias, quien se ha apropiado del libro al punto de considerarlo suyo. Los protagonistas, en definitiva quienes se transforman en autores, son, como dijo alguna vez Graciela Montes, “esos lectores perturbables y perturbadores que hacen que la escritura valga la pena”.