No-vena / No-vela
(Una separación mínima dedicada a Germán Machado, que una vez me preguntó cuándo escribiría una historia con científicos. Aquí está, querido amigo. Se llama Lo que guarda un caracol.)
(Una separación mínima dedicada a Germán Machado, que una vez me preguntó cuándo escribiría una historia con científicos. Aquí está, querido amigo. Se llama Lo que guarda un caracol.)
(Dolor, del latín dolere: sufrir, y en su origen, ser golpeado) Hace un par de semanas decidí dejar las redes sociales por un tiempo. Un dolor punzante me cerraba el estómago cada vez que recorría los muros con las noticias recientes.
En la adolescencia descubrí que los ramos de flores me dan tristeza. Me encantan, en su estallido de colores, de formas, de aromas… pero me dan tristeza. He cortado flores muchas veces. He recibido flores cortadas muchísimas más.
Fui a Córdoba por primera vez unos días de verano, hace ya varios años, en 2006 o 2007, ya no me acuerdo bien, a compartir tiempo con mi amiga Laura, para conocernos más. Años más tarde, con Laura de puente, conocí a otra mujer que hoy es imprescindible para mí: María Teresa Andruetto.
“Un buen día una se despierta y estrena algunas preguntas: ¿Cuál es la palabra propia? ¿La que digo para mí o la que tengo que decir para algunos interlocutores? ¿Tengo, tenemos, dobles discursos?” (Laura Devetach, “Oficio de palabrera”). En una entrevista que respondí hace pocos días a la periodista Karina Micheletto, a raíz de mi novela La chica pájaro, terminaba haciendo una reflexión sobre lo que entiendo, lo que voy descubriendo, acerca de la felicidad.
Nunca me rasguñó un libro. Nunca marcó territorio en mis bibliotecas. Se sentaba sobre las hojas impresas de mis cosas cuando corregía y también sobre mis cuadernos si estaba escribiendo a mano. Pero no sobre los libros.
El trece de enero de 2004, al promediar la tarde de un día de mucho calor, comencé a sentir las contracciones que anunciaban la llegada de mi hijo. Él llegaba puntual a su cita con el mundo, la fecha probable de parto era, justamente, trece de enero.
Para que se den una idea, aquí una composición del mural, chiquito para que entre. Tendrán que ir hasta la ex-ESMA para valorar su tamaño (es bastante grande y eso no se aprecia aquí). Luego del laberinto hay una puerta de doble hoja.
Fin de semana en la ex-ESMA, junto a unos treinta familiares tan afortunados como yo. Nucleados en la nueva casa del Equipo Argentino de Antropología Forense, para pintar un mural que custodie/proteja/guarde el banco de sangre. Con nuestra coordinadora, Claudia Bernardi, pensamos, dibujamos en tiza, reforzamos en marrón clarito y luego pintamos, pintamos y pintamos, 8 horas el sábado y otro tanto hoy. Paramos apenas un ratito para almorzar. Terminamos, aplaudimos y luego hablamos sobre el recorrido del mural.
(Una separación mínima dedicada a Germán Machado, que una vez me preguntó cuándo escribiría una historia con científicos. Aquí está, querido amigo. Se llama Lo que guarda un caracol.)
(Dolor, del latín dolere: sufrir, y en su origen, ser golpeado) Hace un par de semanas decidí dejar las redes sociales por un tiempo. Un dolor punzante me cerraba el estómago cada vez que recorría los muros con las noticias recientes.
En la adolescencia descubrí que los ramos de flores me dan tristeza. Me encantan, en su estallido de colores, de formas, de aromas… pero me dan tristeza. He cortado flores muchas veces. He recibido flores cortadas muchísimas más.
Fui a Córdoba por primera vez unos días de verano, hace ya varios años, en 2006 o 2007, ya no me acuerdo bien, a compartir tiempo con mi amiga Laura, para conocernos más. Años más tarde, con Laura de puente, conocí a otra mujer que hoy es imprescindible para mí: María Teresa Andruetto.
“Un buen día una se despierta y estrena algunas preguntas: ¿Cuál es la palabra propia? ¿La que digo para mí o la que tengo que decir para algunos interlocutores? ¿Tengo, tenemos, dobles discursos?” (Laura Devetach, “Oficio de palabrera”). En una entrevista que respondí hace pocos días a la periodista Karina Micheletto, a raíz de mi novela La chica pájaro, terminaba haciendo una reflexión sobre lo que entiendo, lo que voy descubriendo, acerca de la felicidad.
Nunca me rasguñó un libro. Nunca marcó territorio en mis bibliotecas. Se sentaba sobre las hojas impresas de mis cosas cuando corregía y también sobre mis cuadernos si estaba escribiendo a mano. Pero no sobre los libros.
El trece de enero de 2004, al promediar la tarde de un día de mucho calor, comencé a sentir las contracciones que anunciaban la llegada de mi hijo. Él llegaba puntual a su cita con el mundo, la fecha probable de parto era, justamente, trece de enero.
Para que se den una idea, aquí una composición del mural, chiquito para que entre. Tendrán que ir hasta la ex-ESMA para valorar su tamaño (es bastante grande y eso no se aprecia aquí). Luego del laberinto hay una puerta de doble hoja.
Fin de semana en la ex-ESMA, junto a unos treinta familiares tan afortunados como yo. Nucleados en la nueva casa del Equipo Argentino de Antropología Forense, para pintar un mural que custodie/proteja/guarde el banco de sangre. Con nuestra coordinadora, Claudia Bernardi, pensamos, dibujamos en tiza, reforzamos en marrón clarito y luego pintamos, pintamos y pintamos, 8 horas el sábado y otro tanto hoy. Paramos apenas un ratito para almorzar. Terminamos, aplaudimos y luego hablamos sobre el recorrido del mural.